La partida del “ciego de oro”

3/7/13


Por: Hernan Baquero Bracho.  El folclor vallenato se encuentra de luto. La muerte de uno de los grandes compositores de este campo, Leandro Díaz Duarte, falleció al filo de la media noche del sábado 22 de junio en la clínica del Cesar en la ciudad de Valledupar. Contaba con ochenta y cinco años de edad, había nacido una mañana cualquiera de carnaval, un 20 de febrero de 1928 en la finca familiar Alto Pino, en aquellas calendas municipio de Barrancas y hoy municipio de Hatonuevo. Autor de más de cien canciones con las cuales inmortalizó al vallenato donde “la diosa coronada” sirvió como epígrafe en la obra del laureado nobel Gabriel García Márquez, “el amor en los tiempos del cólera”, canción esta con la cual identificaban los cachacos como nuestro presidente Juan Manuel Santos, a este viejo gallardo, ciego de nacimiento, pero Dios le entregó los ojos del alma, por ello la composición “Dios no me deja” fue como una profecía de lo que sería su vida en ochenta y cinco años de una vida llena de afugias y de  temple, tal como lo expresara su hijo Ivo Díaz quien con lagrimas en los ojos le decía al mundo que su papá fue un valiente ante la vida que le tocó llevar.

“El Homero latinoamericano”, fue un verdadero milagro en el transcurrir de su vida. Sus canciones fueron la expresión clara de su profunda inspiración y la realización precisa e incontrovertible de lo que describía, sin nunca haberlo visto, pero que captó con su extraordinaria inteligencia, ayudada como el mismo lo expresara, con los ojos del alma, con los que aseguraba comunicarse con el mundo exterior. Le cantó a la naturaleza, a las mujeres que fueron en la mayor parte fuente de su inspiración como por ejemplo “Matilde Lina” inmortalizada por tantos artistas entre los cuales sobresale Carlos Vives, quien sentía un profundo afecto por este ciego gallardo y la última vez fue en una noche memorable del mes de de septiembre del año 2012 en el municipio de Villanueva, en la plaza principal, cuando en una gesta donde Carlos Vives con su compadre Egidio llenaron de emoción al pueblo villanuevero que la alcaldesa Claudia Gómez Ovalle hizo el esfuerzo para que por primera vez cantara en la tarima Escolástico Romero, cuando el artista samario llamó al “ciego de oro” a la tarima a cantar a dúo con él, miles de personas coreaban “Leandro, Leandro, Leandro”, momentos para no olvidar y que quedaron en la retina de miles de villanueveros, vallenatos y guajiros.

Pasó sus primeros años en la finca de familia alto pino, donde nació y dio muestra de su inteligencia al predecir el futuro con tanto acierto que mucha gente caminaba distancias solo para consultar al pequeño adivino, que con el tiempo vio transmutar esa cualidad por la poesía y el canto. Los primeros años de su vida, aquellos que no recordaba y los que recordaba con precisión fueron los más difíciles. Era un objeto inútil que no lograba despertar algo distinto a la compasión. Los primeros pasos los dio en medio de tropezones, golpes imprevistos, caídas de aprendizaje y la sensación de estar siempre en el lugar menos indicado. Más tarde, siguieron más tropezones: en el campo, cuando aprendió a buscar por si solo el camino de sus canciones. En los pueblos, donde descargaba la razón de su garganta, que era la misma que la de su vista. En las mujeres, que conoció tarde para la edad pero joven para el amor. En cada verso que afloraba de su maravillosa testarudez. Es decir, antes de levantarse del piso, ya estaba agarrado del cielo.

Su maravillosa memoria, su elevada inspiración poética y musical, sus altas calidades humanas, no demoraron en hacerlo el hombre más popular de la región y ese ritmo no declinó un instante hasta el día de su muerte. Leandro, fue un muchacho al que la tristeza solo lo quedó en las arrugas de la cara, porque las del alma ya se habían ido. Leandro Díaz el maestro de maestros de la música vallenata, fue dueño de más de cien canciones que sobrecogen el misterio de un mundo que se parece a muchos. Un mundo de dos papeles, que le tocó vivir la mayor parte de su vida, y que cuando los afugios se marcharon, los veía con mayor claridad. Esas canciones marcaron la ruta de los años que iban pasando. Era el Leandro al que no lo consolaba nadie. El que creía poco en los amigos de los tiempos buenos, y machacaba hasta el cansancio una temática recurrente que reclamaba incluso los plagios de sus cantos. Por ello por ejemplo en la canción “el negativo” Leandro expresaba su inconformismo: “todos quieren gozar así, parrandeando con mis canciones, las ofertas van por montones todos me ofrecen pa no cumplir. No sé porque me pagan mal si con todos mis amigos me porto bien” ese era el Leandro resabiado que se molestaba con los amigos que le ofrecían de todo y no le cumplían con nada.


Sin embargo, al lado de sus resabios comprensibles, iban apretujados los otros afanes: el amor a la naturaleza a la mujer y a su tierra. Ya las mujeres eran cosa de su trajín, se dio el lujo de comparar su cambio con los de las traslaciones de la luna, y como para que sus luces no quedaran desperdigadas, las marraban con un verbo fino y sencillo, dulce y cortante, adornado con figuras adelantadas y con palabras y modismos raizales que encajaban perfectamente en lo que quería expresar. Este es el perfil de lo que era Leandro Díaz, el ciego de oro, la mayor expresión poética que Dios le dio a todos los amantes del folclor vallenato. 

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