El desliz de Silvestre Dangond

La noche transcurría con normalidad, Silvestre Dangond interpretaba la canción “Mi propia historia” (Aurelio Nuñez), como suele ocurrir en las tarimas donde no hay vigilancia, hizo su aparición un seguidor, era un niño, caminó espontaneo e imperturbable por la plataforma, pasó al frente del acordeonero Juan Mario de la Espriella y al llegar a su objetivo, para llamar su atención, reiteradas veces tamboreó la espalda del cantante, éste volteó y le entregó el micrófono. En este instante hubo relevo de protagonista en el espectáculo; diminuto y encorvado, el niño comenzó a bailar y a bracear al ritmo del conjunto vallenato y soltó uno de los gritos de batallas del silvestrismo: - “Nos quieren acabar pero no han podido ¡Dios bendito! ¡Ay papá!” -.

El público explotó de emoción, el infante sintió la gloria en sus manos, sonrió y siguió el braceo de forma más intensa. Misión cumplida. Al otro lado de la tarima, el cantante, cuya excéntrica reacción nunca ha sido inferior a la cortesía de un seguidor, dejó caer su cuerpo sobre la rodilla derecha y tomó su propia cabeza agitándola como quien no da crédito a lo que está pasando, estaba satisfecho, extasiado. Pero sintió que su reacción no era suficiente, recordó que era 25 de diciembre, tomó el micrófono y dijo: - “Juancho, este se merece el aguinaldo doble”-; sacó varios billetes de denominación indeterminada y se los entregó al niño, seguidamente le regala un beso paternal en la frente, pero decidió seguir la jocosidad, decidió seguir payaseando y su mano derecha se excedió, se equivocó: tocó al menor. Error.

En mi humilde opinión, con la prueba videografica que conocemos (única prueba) no se evidencia una amenaza o vulneración a la libertad, integridad o formación sexual del niño -que por su contextura física, parece menor de 14 años-; tampoco se observa una intención lujuriosa, libidinosa o de satisfacción de un impulso sexual del cantante, por ello, no es fácil concluir que se actuó con dolo y que su conducta se encuadre en el tipo penal de “actos sexuales con menor de catorce años” (Art. 209 del C.P). Ahora, conociendo antecedentes sobre asuntos similares resueltos por la Sala penal de la Corte Suprema de Justicia, tales como: tocamiento de glúteos a mujeres o niñas (nalgadas), en el peor de los casos, el cantante podría ser judicializado por “injuria por vía de hecho” (Artículo 226 del C.P), pues en estos casos se ha dicho que no hay daño mas allá de afectar el honor, el buen nombre o el prestigio social de la víctima; pero no por un delito sexual.

El “toque” por sí mismo hace inevitable el reproche social, cuyos efectos demoledores ya están en marcha. A él le tocará convivir por un buen tiempo con la etiqueta de “abusador de menores”, tal y como le ocurrió a Michael Jackson, quien judicialmente no fue condenado, pero murió con ese estigma y su envidiable carrera musical hecha trizas. El pretendido reproche penal ligado a una perversión sexual solo cabe en las cabezas de quienes quieren un pantallazo y hacerse famosos con la imagen del cantante. Preocupa, eso sí, la nueva mancha en la imagen de Silvestre, nos intranquiliza a quienes sin fanatismo admiramos su talento, nos abruma el solo pensar que su carrera musical pueda venirse al piso como le pasó al “rey del pop”.

Una figura pública debe tener la suficiente compostura como para medir qué debe y qué no debe hacer en público, el artistas en sus espectáculos debe tener reglas, debe imponerse límites al hablar y al actuar, Silvestre debe adoptarlas aún cuando sacrifique el espectáculo que tanto gusta a sus áulicos insaciables, todo es cuestión de madurez y responsabilidad. Hace bien en ofrecer disculpas al niño, a sus seguidores y, en general, a los ofendidos, el siguiente paso es doblar la página y honrar la canción que precisamente interpretaba aquella noche amarga: “Si tengo un tropezón con elegancia, pa' mi un fracaso es ganancia”.

Andy Alexander Ibarra Ustariz
Gestor Villanueva mi@
(Twitter:@andyIU)