Por Adrian Alberto Ibarra Ustariz. Lo
que muchos esperamos luego del inicio de la implementación de los acuerdos,
blindados ahora por la determinación de la Corte Constitucional, es que el
proceso de construcción de la verdadera paz, ese mandato supremo que para los
colombianos es un derecho y al tiempo un deber, termine de abrir la puerta a
otros temas en el debate público. Ya incluso se observa como el flagelo de la
corrupción, la salud, el modelo económico y la necesidad de protección del
medio ambiente, comienzan a abordarse desde todas las esferas, conformando así
una tendencia que además de importante es deseable.
En
esta encrucijada la ciudadanía debe propender por una discusión sana a todo
nivel. El debate democrático, que aspiramos reemplace la confrontación armada, debe
tener como ejes el respeto y la tolerancia, y por tanto, la crítica, como
elemento básico del intercambio de perspectivas, debe estar regida por estos valores.
Una sociedad democrática debe construir su dialéctica sobre estos preceptos, y
en ese sentido debe enfocarse el ejercicio crítico, desde el núcleo familiar,
pasando por el ámbito comunitario, hasta los elucubrados discursos políticos.
Debemos entrar en el camino del perfeccionamiento de la
crítica y decantarla en algún lugar intermedio entre los extremos de la
adulación y la crítica irracional.
La crítica positiva, si es fundada y razonada, logra mantener
formas o maneras de hacer las cosas que son buenas o generadoras de bienestar (tema
de otros debates). Sin embargo, como a todos nos gusta que nos adulen, que nos
elogien, esto puede derivar en la generación de statu quo, es decir la continuación
de la establecido, al punto de limitar los espacios para el mejoramiento. La
opinión elogiosa de los comensales es ideal para conservar el sabor tradicional
de una empanada, pero esa tendencia es menos favorable cuando desde los medios
de comunicación en actitud servil magnifican la gestión de un funcionario por
ejemplo.
En el extremo contrario a la adulación está la crítica
destructiva, la cual no propone o no tiene en cuenta las soluciones en su
planteamiento. En lugar de orientar hacia el asunto concreto de solventar, se
concentra en culpar haciendo sólo una descripción del objeto de la crítica, sin
planteamientos. Es la crítica por la crítica. Está más relacionada con el
ataque personal que con el análisis del desempeño, del comportamiento o las
ideas. Se hace desde el retrovisor, con la perspectiva del pasado. Es el lugar
común de quienes descalifican al interlocutor de Castrochavista o Paraco sin
tener en cuenta el discurso o su conducta.
Es mucho más interesante el camino de la crítica
constructiva, cuyo enfoque es la retroalimentación y la búsqueda de soluciones.
Con la vista en la ventana panorámica del futuro se ocupa más de cómo usamos
los errores o falencias para mejorar, que para culpar o señalar. Las
proposiciones surgen en un sistema que permite su expresión y cuyo contraste se
hace desde la pluralidad democrática. La crítica constructiva se preocupa tanto
por el fin como por el proceso, se pregunta con la misma inquietud por el “qué
hay que hacer” para mejorar pero también por el “cómo hay que hacer”.
Critiquemos entonces, pero para construir, para propiciar
mejoramiento.