Por: Hernan Baquero Bracho. El folclor vallenato se encuentra de
luto. La muerte de uno de los grandes compositores de este campo, Leandro Díaz
Duarte, falleció al filo de la media noche del sábado 22 de junio en la clínica
del Cesar en la ciudad de Valledupar. Contaba con ochenta y cinco años de edad,
había nacido una mañana cualquiera de carnaval, un 20 de febrero de 1928 en la
finca familiar Alto Pino, en aquellas calendas municipio de Barrancas y hoy
municipio de Hatonuevo. Autor de más de cien canciones con las cuales
inmortalizó al vallenato donde “la diosa coronada” sirvió como epígrafe en la
obra del laureado nobel Gabriel García Márquez, “el amor en los tiempos del
cólera”, canción esta con la cual identificaban los cachacos como nuestro
presidente Juan Manuel Santos, a este viejo
gallardo, ciego de nacimiento, pero Dios le entregó los ojos del alma, por ello
la composición “Dios no me deja” fue como una profecía de lo que sería su vida
en ochenta y cinco años de una vida llena de afugias y de temple, tal
como lo expresara su hijo Ivo Díaz quien con lagrimas en los ojos le decía al
mundo que su papá fue un valiente ante la vida que le tocó llevar.
“El Homero latinoamericano”, fue un
verdadero milagro en el transcurrir de su vida. Sus canciones fueron la
expresión clara de su profunda inspiración y la realización precisa e
incontrovertible de lo que describía, sin nunca haberlo visto, pero que captó
con su extraordinaria inteligencia, ayudada como el mismo lo expresara, con los
ojos del alma, con los que aseguraba comunicarse con el mundo exterior. Le cantó a la naturaleza, a las mujeres
que fueron en la mayor parte fuente de su inspiración como por ejemplo “Matilde
Lina” inmortalizada por tantos artistas entre los cuales sobresale Carlos
Vives, quien sentía un profundo afecto por este ciego gallardo y la última vez
fue en una noche memorable del mes de de septiembre del año 2012 en el
municipio de Villanueva, en la plaza principal, cuando en una gesta donde
Carlos Vives con su compadre Egidio llenaron de emoción al pueblo villanuevero
que la alcaldesa Claudia Gómez Ovalle hizo el esfuerzo para que por primera vez
cantara en la tarima Escolástico Romero, cuando el artista samario llamó al
“ciego de oro” a la tarima a cantar a dúo con él,
miles de personas coreaban “Leandro, Leandro, Leandro”, momentos para no
olvidar y que quedaron en la retina de miles de villanueveros, vallenatos y
guajiros.
Pasó sus primeros años en la finca de
familia alto pino, donde nació y dio muestra de su inteligencia al predecir el
futuro con tanto acierto que mucha gente caminaba distancias solo para
consultar al pequeño adivino, que con el tiempo vio transmutar esa cualidad por
la poesía y el canto. Los primeros años de su vida, aquellos que no recordaba y
los que recordaba con precisión fueron los más difíciles. Era un objeto inútil
que no lograba despertar algo distinto a la compasión.
Los primeros pasos los dio en medio de tropezones, golpes imprevistos, caídas
de aprendizaje y la sensación de estar siempre en el lugar menos indicado. Más
tarde, siguieron más tropezones: en el campo, cuando aprendió a buscar por si
solo el camino de sus canciones. En los pueblos, donde descargaba la razón de
su garganta, que era la misma que la de su vista. En las mujeres, que conoció
tarde para la edad pero joven para el amor. En cada verso que afloraba de su
maravillosa testarudez. Es decir, antes de levantarse del piso, ya estaba
agarrado del cielo.
Su maravillosa memoria, su elevada
inspiración poética y musical, sus altas calidades humanas, no demoraron en
hacerlo el hombre más popular de la región y ese ritmo no declinó un instante
hasta el día de su muerte. Leandro, fue un muchacho al que la tristeza solo lo
quedó en las arrugas de la cara, porque las del alma ya se habían ido. Leandro
Díaz el maestro de maestros de la música vallenata, fue dueño de más de cien
canciones que sobrecogen el misterio de un mundo que se parece a muchos. Un
mundo de dos papeles, que le tocó vivir la mayor parte de su vida, y que cuando
los afugios se marcharon, los veía con mayor claridad. Esas canciones marcaron
la ruta de los años que iban pasando. Era el Leandro al que no lo consolaba
nadie. El que creía poco en los amigos de los tiempos buenos, y machacaba hasta
el cansancio una temática recurrente que reclamaba incluso los plagios de sus
cantos. Por ello por ejemplo en la canción “el negativo” Leandro expresaba su
inconformismo: “todos quieren gozar así, parrandeando con mis canciones, las
ofertas van por montones todos me ofrecen pa no cumplir. No sé porque me pagan
mal si con todos mis amigos me porto bien” ese era el Leandro resabiado que se
molestaba con los amigos que le ofrecían de todo y no le cumplían con nada.
Sin embargo, al lado de sus resabios
comprensibles, iban apretujados los otros afanes: el amor a la naturaleza
a la mujer y a su tierra. Ya las mujeres eran cosa de su trajín, se dio el lujo
de comparar su cambio con los de las traslaciones de la luna, y como para que
sus luces no quedaran desperdigadas, las marraban con un verbo fino y sencillo,
dulce y cortante, adornado con figuras adelantadas y con palabras y modismos
raizales que encajaban perfectamente en lo que quería expresar. Este es el
perfil de lo que era Leandro Díaz, el ciego de oro, la mayor expresión poética
que Dios le dio a todos los
amantes del folclor vallenato.
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