Antes de que el general Gustavo Rojas
Pinilla se tomara el poder en 1953, viajaba
mucho al Cesar, a Chiriguaná, donde se quedaba en una finca llamada Siria,
propiedad de Amín Malkún Tafache, un prominente ganadero libanés o sirio (no
estoy seguro porque aquí en la costa a todo el que habla enredado le decimos
turco). La cosa es que el hombre tenía algún negocio de ganado con Rojas
Pinilla y por eso recibía visitas del general. En una de esas reuniones, Rojas
Pinilla coincidió con Rafael Escalona, quien también frecuentaba a don Amín por
cuestiones de parranda. Así comenzó la relación entre el militar y el
compositor, y los recuerdos que aquí narro dejan claro que llegaron a ser muy buenos
amigos.
En ese
momento, Escalona ya era reconocido en todo el país. Ya había cantado sus
canciones Guillermo Buitrago, ya había grabado “La casa en el aire”, ya tenía
un lugar importante en la música de nuestra región. Sin embargo, aunque era
todo un personaje y hacía parte de la crema y nata patillalera, Escalona no
tenía estudios superiores, ni tierras, ni sembraba algodón, ni había comprado
el Chevrolito para ir a Maracaibo a negociá, ni nada. Mi teoría es que Rojas
Pinilla, ya siendo presidente, le dio un nombramiento, una corbata para
ayudarlo.
Como en esa
época no había ninguna cosa cultural en la que pudiera meterlo, lo puso como
agente especial de seguridad. Según me contaron Roberto “el Turco” Pavajeau y
Fausto Cotes, quienes se lo encontraron una vez por esos días en Medellín,
Escalona decía que él era “una especie de detective ambulante”. Lo que hacía
principalmente era acompañar a los familiares y hombres de confianza del
presidente, en especial al general Duarte Blum, mano derecha de Rojas, gozando
de ciertos privilegios al lado de estos personajes.
El
presidente no solo le había dado ese cargo por no tener dónde más acomodarlo y
para tenerlo a mano en caso de alguna de las muchas parrandas, sino también por gusto
y quizá por elección del propio Escalona. Es que por esa época trabajar como
detective en la región no significaba ser ningún venido a menos. Era una cosa
de mucho prestigio: no usaban uniforme, iban siempre de civil, muy elegantes pero armados, y
tenían cierto halo de poder y hasta de adivinos, la gente se sorprendía cuando
los detectives descubrían quién había hecho tal o cual cosa.
Por eso se
veía a Escalona andando por todo lado lleno de orgullo, siempre con un cinturón
canana en el que llevaba una soberbia pistola45 con sus iniciales en la chapuza y una
labrada hebilla de plata, obsequio personal del presidente. Aunque estoy casi
seguro de que Escalona nunca llegó a disparar esa arma, sí supo en qué momento
y cómo usarla.
Conozco la anécdota porque en esos años –por 1955,
creo–, mi papá, Julio César Oñate Rodríguez, era el agente de Avianca en
Valledupar, el encargado de recibir y despachar los vuelos. Y mi mamá, Clara
Martínez, era prima de Rafael Escalona Martínez. Esa noche, mi papá llegó del
aeropuerto a la casa, nos reunió a todos en la sala y le dijo a mi mamá: “Mira
la gracia que hizo el primito tuyo”.
Resulta que
Escalona estaba en Valledupar cuando recibió una llamada urgente del general
Rojas Pinilla ordenándole trasladarse de inmediato a Bogotá para un especial
festejo en palacio, al que estaban invitadas un montón de personalidades.
Apenas recibió esa llamada, Escalona se botó de una vez corriendo para el
aeropuerto Alfonso López Pumarejo. Eran otras épocas, imaginen el aeropuerto de
Valledupar en los años cincuenta, no se pensaba en reservas ni nada de eso.
Escalona obviamente no había comprado pasajes, y cuando llegó, el vuelo estaba
lleno. La señorita del despacho le dijo que no se podía hacer nada y que tenía
que esperar hasta el día siguiente. Escalona no le paró bolas, se fue hasta la
puerta de embarque, esperó al piloto al lado del avión y le dijo:
–Mire,
señor, yo soy Rafael Escalona y necesito irme para Bogotá ya mismo porque acabo
de recibir una llamada urgente del mismísimo general Gustavo Rojas Pinilla.
–Yo sé perfectamente
quién es usted. Pero no puedo hacer nada. El avión está completamente lleno, la
Aeronáutica no permite que lleve gente de pie y aquí no hay silla adicional ni
nada de eso...
–Bueno,
maestro, usted póngame cualquier banquito en la mitad del corredor, o saque a
un guacharaco de esos que tiene de encargados en la cabina, o me baja algún
cachaco de los que van allí montados, o si quiere quedarse usted se queda y yo
manejo el avión, pero yo necesito estar hoy mismo en Bogotá.
–Me da mucha
pena, señor Escalona, pero yo no puedo poner en riesgo la seguridad del avión
con sobrecupo.
La cosa se
complicó. Escalona sacó la 45 y,
con pistola en mano, le dijo al piloto:
–Mire, como
usted llegue a prender ese motor yo le espicho las llantas a punta de plomo. De
aquí no se va nadie si no me voy yo. Y si va con sobrepeso y se cae el avión
pues también me caigo yo, pero aquí no me quedo.
El tipo vio
el arma y con esa vehemencia de Escalona... se dio cuenta de que en verdad le
iba a pegar un tiro a las llantas si no lo montaban. Entonces se fue al
despacho y al rato regresó al dc-3 con
una banquita en la mano. En medio de la protesta de los pasajeros azotados por
el calor dentro del avión, el mismo piloto subió la silla a la nave y allí
acomodaron a Escalona, de gratis, en el pasillo al lado de la cabina.
Y yo estoy
seguro de una vaina: si no montan a Escalona en ese avión, le hubiera pegado un
tiro a las llantas. Con semejante poder; en cierta forma tenía una “orden
presidencial” para llegar a Bogotá “como fuera”. Había motivos de sobra para
haberlo encarcelado por el secuestro de un avión, pero, ¿quién le ponía el
cascabel al gato si era el amigazo del presidente?
Esa
estrecha relación afectiva fructificó en una canción a ritmo de paseo, que
Escalona compuso como homenaje a Rojas Pinilla.
Cada vez que esta nación
ve su libertad en peligro,
interviene el ser divino
y manda un libertador.
ve su libertad en peligro,
interviene el ser divino
y manda un libertador.
Colombia sentía amargura
y Rojas Pinilla llegó
a borrar con su ternura
sangre que otro derramó.
y Rojas Pinilla llegó
a borrar con su ternura
sangre que otro derramó.
A Colombia Rojas Pinilla
le acabó la pesadilla,
desde aquel 13 de junio
acabó el gran infortunio.
le acabó la pesadilla,
desde aquel 13 de junio
acabó el gran infortunio.
La
canción fue recibida con alborozo por allegados y subalternos de Rojas, quienes
planearon que fuera grabada con bombos y platillos por los mejores músicos y en
los mejores estudios del país. Inclusive intentaron montarla con una gran
orquesta sinfónica dirigida por el maestro Antonio María Peñaloza. Pero
finalmente nada de eso se concretó. Parece que Escalona le dio vueltas al
asunto y al final viajó de regreso a Valledupar sin haber grabado, como
intentando, inteligentemente, dispersar y dilatar el asunto.
En
ese momento había mucha división en el país, y así como había entusiastas
conservadores, mucha gente no quería a Rojas, por el tema partidista en algunos
casos, pero más que todo por la forma en que se había tomado el poder. Había
mucho rechazo, muchos detractores, en especial un grupo de notables de Bogotá
que llegaban con frecuencia a Valledupar. Entre ellos estaban varios amigos de
Hernandito Molina, muy allegados a Rafael Escalona. Belisario Betancur, Fabio
Lozano Simonelli, Pacho Herrera, Fabio Echeverri Correa y Miguel Santamaría
Dávila hacían parte de la cofradía de cachacos de sentir vallenato que no
dejaron de reprocharle y censurarle a Escalona ese canto compuesto para el presidente.
Desde que se enteraron de la canción estuvieron muy molestos. Eran opositores y
estaban ofendidos porque ¿cómo podía atreverse Escalona a comparar al dictador
con un libertador?
Entre
los inconformes había uno que aparecía en la letra de la canción. En varias
composiciones anteriores, Escalona había hecho mención de Pedro Castro
Monsalvo, quien fuera gobernador del Magdalena. Castro siempre recibió con
beneplácito esos saludos, excepto este:
Visitó Chiriguaná
y los llanos de Casanare,
es muy justo general
que también visite al Valle,
y le cuente a sus ministros
lo que aquí en el Valle ha visto,
y lleve un recuerdo grato
de la tierra de Pedro Castro.
y los llanos de Casanare,
es muy justo general
que también visite al Valle,
y le cuente a sus ministros
lo que aquí en el Valle ha visto,
y lleve un recuerdo grato
de la tierra de Pedro Castro.
El
ex gobernador tenía unas relaciones tensas con Rojas Pinilla y le dijo que no
le hacía ninguna gracia figurar en la canción, así que Escalona tuvo que
modificar ese verso por otro que rimara:
...y lleve un recuerdo
grato
de todos los vallenatos.
de todos los vallenatos.
Lo
más probable es que haya sido la presión de esos amigos influyentes lo que
frenara a Escalona de hacer esa grabación.
Como
es sabido por todos, al ser depuesto del solio presidencial, Rojas Pinilla se
fue del país de inmediato. Por su lado, Escalona sepultó en los campos del
olvido el canto dedicado al general. Jamás volvió a chiflarlo ni por
equivocación. Pero, antes de la caída de Rojas Pinilla, Escalona trajo a
Valledupar un acetato artesanal donde la canción era interpretada por el
acordeón de Víctor Soto, uno de los grandes parranderos de Cañaverales,
Guajira, y quien lo acompañaba siempre en sus visitas a Bogotá. Ese fue el
único registro que quedó del polémico homenaje, y las agujas de las vitrolas lo
deterioraron rápidamente.
"Escalona
y Rojas Pinilla" no fue la única canción del compositor que despertó
revuelo. También en esa época, a mediados de los cincuenta, Escalona había
compuesto para su amigo Tite Socarrás la canción “El Almirante Padilla”. Mucha
gente la conoce, pero no piensan en lo complicado de la letra.
Allá en la Guajira arriba,
donde nace el contrabando,
el Almirante Padilla barrió Puerto López y lo dejó arruinado.
Barco pirata bandido, que Santo Tomás me crea,
Prometí hacer una fiesta cuando un submarino lo voltee en Corea.
el Almirante Padilla barrió Puerto López y lo dejó arruinado.
Barco pirata bandido, que Santo Tomás me crea,
Prometí hacer una fiesta cuando un submarino lo voltee en Corea.
Las
Fuerzas Militares, el comandante de la Armada y toda la gente que estaba allá
trepada en el Almirante Padilla, defendiendo el tricolor patrio, vieron esa
canción como un atropello a la soberanía nacional, una ofensa a la dignidad de
la Armada y un irrespeto a las leyes colombianas en contra del contrabando. Y
no era para menos: el público pensando en los soldados colombianos que peleaban
allá en Corea, y Escalona, por defender a su amigo contrabandista, deseando que
le pegaran un torpedazo al barco insignia de la Armada Nacional.
La
otra composición que armó mucho escándalo fue “La custodia de Badillo”, de
finales de los cincuenta. Pero esa no fue polémica por razones políticas, sino
por meterse con el tema religioso, y más en una época en que la Iglesia tenía
tanto ascendiente.
En
Valledupar hubo un movimiento de la curia para rescatar ciertas joyas
coloniales que eran recolectadas por las iglesias de los pueblos y las mandaban
a Europa. Así se llevaron varias reliquias. Cuando llegaron a Badillo se
llevaron un cáliz y lo reemplazaron por una réplica más barata y liviana, y el
original lo devolvieron a España. En el pueblo se armó el alboroto y Escalona
denunció lo que estaba pasando a través de esta canción:
Se ha visto que el pueblo
de Badillo se ha puesto de malas,
de malas porque su reliquia le quieren cambiar.
Primero fue un San Antonio, lo hizo Enrique Maya,
ahora la cosa es distinta, les voy a contar.
de malas porque su reliquia le quieren cambiar.
Primero fue un San Antonio, lo hizo Enrique Maya,
ahora la cosa es distinta, les voy a contar.
En la casa de Gregorio
bien segura estaba
una reliquia del pueblo tipo colonial.
Era una custodia linda, bien grande y pesada,
ahora por otra liviana la quieren cambiar.
una reliquia del pueblo tipo colonial.
Era una custodia linda, bien grande y pesada,
ahora por otra liviana la quieren cambiar.
Se la llevaron, se la
llevaron,
se la llevaron ya se perdió.
Lo que pasa es que la tiene un ratero honrado,
lo que ocurre es que un honrado se la robó...
se la llevaron ya se perdió.
Lo que pasa es que la tiene un ratero honrado,
lo que ocurre es que un honrado se la robó...
Había
otras líneas de esa canción dedicadas a Colás Guerra, que era el encargado de
cuidar, como una especie de guardián en la iglesia de Badillo:
Al compadre Colás Guerra
cuando tenga fiesta
oiga que abra bien los ojos para vigilar.
Ponga una cuarenta y cinco en la puerta’e la iglesia
y que a nadie con sotana me lo deje entrar.
Y al terminar la misa que se pongan
del cura pa’bajo a requisar.
oiga que abra bien los ojos para vigilar.
Ponga una cuarenta y cinco en la puerta’e la iglesia
y que a nadie con sotana me lo deje entrar.
Y al terminar la misa que se pongan
del cura pa’bajo a requisar.
En
la iglesia armaron un escándalo inmenso por esta canción y cuando Lorenzo de
Alboraya, uno de los curas involucrados en el asunto, se enteró de que Escalona
estaba en Patillal parrandeando, fue a buscarlo donde andaba y lo increpó:
–Vea,
señor Escalona, yo voy a llevar el caso hasta la Santa Sede, y voy a conseguir
que a usted lo excomulguen porque usted ha pisoteado la honra de la Iglesia
católica.
Escalona
soltó la risa y le dijo:
–¡Usted
qué carajo me viene a hablar a mí de excomunión si yo nunca he comulgado! ¡¿Qué
viene usté a amenazarme con esa vaina?!
Las
reliquias de Badillo nunca aparecieron, cayó Rojas Pinilla, se acabó la Guerra
de Corea, murió Rafael Escalona. Y sin embargo, más allá de la polémica, y a
veces gracias a ella, la música del patillalero sigue viva y sonando.
Julio
Oñate Martínez
El Espectador
Villanueva
mi@ (Compilación)
0 comentarios ¡Deja tu comentario aquí!:
Publicar un comentario