Por: Rosendo Romero Ospino. Era un
niño cuando tuve la dicha de presenciar las piruetas del capitán Roberto Isaza,
que en su avioneta pasaba rasante al copito de los cocos, espantando al jarocho
pájaro Vito vi. Luego se remontaba hasta las nubes y apagaba los motores
dejando caer el aparato en peligrosas volteretas, y ya al límite de la angustia
salvadoramente encendía el motor y arrancaba de nuevo. De ipso facto en un ¡Ay!
Quedaba con las llantas para arriba, eran de película aquellas audaces
filigranas del capitán Isaza, mientras en el pickup de la cantina ‘El Carajazo’
sonaba ‘La paloma volantona’ del maestro Calixto Ochoa y mi vecino prendía su
camión ladrillero con una manigueta que le introducía por la parte de adelante.
A
mediados de los años sesenta, Villanueva se extendía sobre un hermoso pedregal
al lado izquierdo del corazón del Valle, era la despensa agrícola del sur de La
Guajira, rememoro las hileras de las mulas bajando de la sierra negra, los
sábados cargadas de naranjas, arracachas, cebollín, plátanos, dominicos,
malangas, aguacates, repollo, etc. El rio Villanueva serpenteaba cristalino en
su costado sur y cuando crecía bramaba cual toro bravo haciendo crujir los
peñascos que agredían las raíces del piñón y al gigante caracolí impávido ante
la embestida de aquella serpiente marrón “con fuerte olor a palo podrido y
fango serrano”, mezclado con el perfume rivereño de La Guamacha madura. Ese rio
fue el primer poeta cantor amigo mío.
Era
estampa costumbrista, era un muchacho madrugador cruzando casi todo el pueblo
montado en una mula con dos calambucos de leche. Mi madre Ana Antonia Ospino
nos deleitaba el paladar con un exquisito jugo de guanábana batido con remillón
y hielo picado, que yo compraba donde un paisano que tenía los bloques tapados
con broza de cascara de arroz y con un punzón partía los trozo que colocados en
la olla los cubría echándole unos puñados de brozas para que a mi regreso no
perdiera la fidelidad de su costo.
Las
puertas no tenían cerraduras, se trancaban por dentro. El mobiliario consistía
en un tinajero con dos tinajas, una mesa de tabla torneada y cuatro taburetes,
una ponchera con su base de madera llamada “agua manil”. Aun veo a mi papá
tocando por las tardes su acordeón y me veo llevando las trozas de Macurutú a
donde Moya, para ganarme un trompo. El carpintero era ecuatoriano y nunca más
se fue.
El
tiempo voló y llegó el progreso, amé profundamente aquella Villanueva. Pero de
ese tiempo solo anhelo a mi amigo el rio. Corresponde a nuestros alcaldes
forestar y reforestar los nacederos surtidores de los ríos, si mueren también
se acaba la vida.
Tomado: elpilon.com
GRACIAS CHENDO POR ESOS RECUERDOS TAMBIÉN DE LOS CAMPEONATOS DE FÚTBOL EN EL BARRIO DE SAN LUIS EN DONDE TU ERAS ARQUERO Y BUEN ARQUERO POR CIERTO