Andy Alexander Ibarra Ustariz (@andyIU). De los muchos acontecimientos inexplicables de la vida siempre
me sacude la infausta casualidad de observar cómo el enfermo grave muestra una
leve mejoría antes de morir, me impresiona la aparición de ese hálito de vida del
agonizante que siembra esperanza en sus familiares y que finalmente se
convierte en la señal de su despedida. La muerte de Diomedes Díaz llega cuando
estábamos extasiados escuchando su más reciente trabajo musical, una excelente
pieza vallenata que ya era exitosa por su propio contenido y no tanto -como
ocurrirá- por estar asociada a la proximidad de su amarga despedida.
En tan sólo un fin de semana logró tantos aplausos y elogios que era
inevitable pensar –de forma metafórica- que ese trabajo representaba la
auténtica nube que en tiempo de invierno cubre la montaña, la que reverdece la
sábana y colma la fauna de alegría; es decir, en poco tiempo nos mandó a sus
seguidores una señal de recuperación, de esperanza, pero terminó siendo su
último aliento, su último esfuerzo de vida, la última señal de su deseo
vehemente de seguir escribiendo la historia de su leyenda.
Si por los azares del destino alguien lee estas letras y no sabe de la
grandeza de quien les estoy hablando deben saber que la música vallenata ha
perdido a su propio Michael Jackson, a su propio Héctor Lavoe, perdió Colombia a
un nuevo Joe Arroyo. Para conocerlo sólo debe escuchar todo su repertorio
musical, las canciones de su autoría son su propia vida cantada, donde desnuda
su alma, sus amores y desamores, alegrías y tristezas, sus anécdotas, su propia
filosofía bucólica; en definitiva, murió el perfecto traductor de sentimientos porque
las personas que -como yo- muchas veces no pueden expresar de manera escrita o
verbal alguna emoción o algún hecho de sus vidas, les resulta oportuno y
suficiente cantar una canción de Diomedes.
Sus seguidores fieles debemos sentir complacencia porque siempre lo
acompañamos, nunca lo abandonamos ante la adversidad, siempre debemos estar
orgullosos por haber respaldado desinteresadamente su vida musical en la
efervescencia y aún en los estertores de su carrera. El dolor que cada uno de
nosotros siente por su partida es suficiente para honrar su memoria sin que
deba interesarnos la compasión o solidaridad de aquellos que, con ocasión de su
muerte, se burlan de este vacío que sentimos en el alma y serían felices si pudieran escupir el ataúd
donde reposa exánime el artista, aquellos que gozan dándole rienda suelta a su
miseria interior para pontificar y moldear una imagen oscura que nada tiene que
ver con la imagen que la masa tiene de su ídolo. ¡Fracasarán en ese intento de
deshonrarlo!.
Diomedes no ha muerto, por el contrario nació la leyenda llamada “El
Cacique de la Junta”, esa que también ilustrará la historia de la música
vallenata como Francisco “El Hombre” y el mismo Rafael Escalona. No concibo un
momento más propicio para que las nuevas figuras y folcloristas revisen toda su
obra, volver a estudiar a Diomedes es un imperativo, su cancionero vallenato
debe ser analizada en cada frase y ser inspiradora para entender la esencia de
este folclor que buscamos perpetuar y, en lo personal, esperaría que con su
partida no se sigan produciendo malas imitaciones de un estilo que es
irrepetible por ser innato a su propia naturaleza humana, a lo sumo sólo
podrían reivindicarlo sus descendientes en caso de existir aquello que llaman información
genética.
Nacimos y vivimos en los tiempos de Diomedes Díaz, un campesino Guajiro de claros
rasgos indígenas que delataban su estirpe, excéntrico, alguien que nos hizo
feliz con su canto, un hombre que sintió en sus huesos el cariño de su
fanaticada hasta el punto que aún temiéndole a la muerte logró visualizar a la perfección su multitudinario
funeral. Lloremos juntos y sin que nos de pena, sintamos orgullo, despidamos al
más grande llorando y cantando sus versos bonitos.
A mi hermano Adrian quien me enseñó a ser Diomedista.
Primo, la ultima vez que lo vi en tarima fue en villanueva, festival cuna de acordeones 2010, estaba el pollo Adrian convaleciente por los quebrantos de salud que lo aquejaban y oh sorpresa cuando escucho, "Para mi sobrino Adrian, Dios me lo bendiga y que se recupere pronto", Dios engalana la gloria celestial con este inolvidable e inmortal ser humano.