Rafael Eduardo Frías González – Columnista. El
decir que soy un artista o músico por tradición, sería hasta jactancioso, sin
que se entienda como que no sé dónde estoy ubicado en materia musical; me
catalogo un amante de la música en general y en especial la nuestra, “La
Vallenata” como popularmente se conoce; hago versos a los que les pongo melodía,
que me han dado la oportunidad de participar o concursar en canción inédita en
varios festivales, entre los que se cuenta el gran “Cuna de Acordeones” de
Villanueva, La Guajira y lo he hecho porque me nace, me gusta expresar en un
canto lo que siento, me gusta que escuchen mis vivencias a través de la música.
Quien ha tenido la oportunidad de asistir y hacer
seguimiento a los concursos en los festivales de música “Vallenata” a través de
los tiempos, seguramente ha notado que se han dado fallos que originan
malestar, en muchos casos por la afinidad o simpatía que se tenga con el
concursante o porque se evidencien decisión errada sin que signifique mala fe,
pero llama la atención que en los últimos tiempos esta práctica se ha vuelto
recurrente, hasta el punto que rara vez se nota que exista un marcado interés
en el público por saber del desarrollo de los concursos y centran su atención
en la presentación de las agrupaciones musicales que amenizan el espectáculo al
finalizar cada jornada diaria de dicho festival.
Recientemente en el festival “Francisco El Hombre”
en la ciudad de Riohacha, tuve la oportunidad de seguir de cerca el concurso y
me llamó la atención la presentación majestuosa de la agrupación de Jonathan
Bolaños, a quien considero, no como una promesa sino como una realidad de
nuestro folklor que encarna ese “Vallenato” auténtico, natural, limpio, moderno
sin rayar con lo que se denomina “Valanato” y acercándose un poco a lo
tradicional; no quiero que se tergiverse mi apreciación restándole méritos a
los otros concursantes que sin lugar a dudas mostraron categoría; no sé y lo
expreso con todo respeto, de dónde concluyeron los “integrantes del jurado”
(colijo partiendo de la buena fe), que esa agrupación no hizo mérito alguno
para alcanzar por lo menos mejor “Guacharaquero” (por decir algo, aunque fuese de
consolación).
Lo anterior por ser lo más reciente pero genera
consternación observar esa inmutable practica que viene minando los buenos
talento nuestros; sin que trascienda como chisme de pasillo, he escuchado a
compositores expresar que no van a tal festival porque allí no cuentan con las
llamadas “palancas”; me produce tristeza cuando escucho canciones tan bien
compaginadas y dicientes o un cantante como el caso de Jonathan, a un
acordeonero como su compañero de fórmula, Anthony Gutiérrez y al final no se
les hace ninguna clase de reconocimiento, sino que por el contrario se excluye.
A través de este escrito coloquial, sin rencores
pero vehemente, quiero hacer un llamado a la reflexión de organizadores,
jurados, incluso de los medios de comunicación, porque no es fácil participar
en un festival cuando se vive y se siente la música en las venas; produce
estrés la espera para subir a la tarima, el paso del tiempo y no ver la
agrupación acompañante completa pero cosa peor aún, sentir que tal vez ese
esfuerzo y esos sinsabores no son bien recompensados, porque no es el dinero,
ni una efigie que motivan, es el reconocimiento de ser el mejor porque se trabajó
para eso, y como consecuencia lógica deriva en un premio.
No trunquen los sueños de nuestros artistas
talentosos, son el relevo generacional de los Zuletas, Oñate, Rois, Romero,
Ovalle, que no deben estar supeditados como en la política los votos en las
urnas frente a los manoseos de los tarjetones y en los reality televisivos, las
pugnas entre regiones y la competencia comercial.
Sí se puede contar con veredictos transparentes en
los concursos y con talentosos artistas sin que medien dádivas y
compensaciones.
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