Luís Andrés, "Adeodatus".

18/11/15


Andy Alexander Ibarra Ustariz (@andyIU). El periodista Juan Gossain, en sus tiempos de líder radial en RCN, solía decir que Bogotá es la ciudad de todos, incluso, de los Colombianos que no la conocen ni la visitarán. Su justificación no tenía una connotación política por ser la capital del país, era una razón más elemental: todos tenemos un familiar viviendo en Bogotá.

Me tocó vivir durante los años de estudios profesionales en una de las tantas embajadas familiares en Bogotá: la embajada de la familia Colmenares Escobar. En medio de aquel claro  sacrificio de la intimidad de los cuatro miembros del núcleo familiar (Luis Alonso, Oneida, Luis Andrés y Jorge Luis) varios familiares fuimos acogidos con la calidez que se necesita en aquellas gélidas tierras y esa pequeña adopción temporal ha sido vital para aprender a expresar uno de los más genuinos sentimientos del ser humano: la gratitud.

Han pasado cinco años de la muerte de Luís Andrés, ese ser humano que no dudo en calificar como un “regalo de Dios”, nuestro propio Adeodato (“Adeodatus”), tal y como San Agustín bautizó a su hijo y de quien Luís algún día me hablara con mucho fervor dados sus  valores agustinos cultivados en el Liceo Cervantes.

Con Luis Alonso a la cabeza el hogar Colmenares Escobar, y de nosotros sus “hijos adoptivos”, tuvo un ambiente académico, a falta de jardín la fragancia natural era el olor de los libros, era una vivienda donde reinaba el rigor intelectual; a ello se sumó la tibieza humana y el afecto de Oneida quien como madre universal estaba siempre presta a resolver nuestras quebrantos de salud. Estos son recuerdos que siguen imperecederos de aquella maravillosa época, pues las costumbres y tradiciones guajiras siempre estaban presentes como elixir para sobrellevar la distancia.

La deliciosa sopa costeña y el guarapo de panela con hielo –no el guarapo caliente que le gusta a los interioranos- eran invitados de honor los fines de semana, en torno a la lectura y a la música vallenata trascurrían gran parte de nuestro esparcimiento. Luis Alonso en aquellos tiempos era un melómano que disfrutaba coleccionar música de todo tipo -con preferencia de la música vallenata- pero la fatalidad de la muerte de su retoño le arrebató ese placer de su existencia; vivir entre las notas de acordeón hizo que nuestro folclor maravilloso sea parte del propio ADN de Luis Andrés y Jorge Luís, aun cuando nacieron en Bogotá.  

Esa influencia costeña tuvo otras dimensiones. Aunque Jorge Luís nació siendo un Juniorista fiel, con Luís Andrés nos tocó una ardua tarea para lograr su conversión de hincha de Millonarios a hincha de Junior, naturalmente su entorno escolar lo condenaba a ser hincha de algún equipo capitalino y cuando íbamos al estadio los reveces tiburones en El Campín hacía más difícil ese propósito. Ese cambio futbolero era casi que un reto personal que teníamos todos, terminó siendo un reto colectivo de la familia con frutos satisfactorios porque al menos en su corta vida celebró con nosotros los títulos de Diciembre de 2004 y el de Junio de 2010. De lo contario, no hubiese celebrado nunca porque Millonarios desde 1988 sólo ganó un título en el año 2012, mucho después de aquel amargo octubre de 2010 cuando le cegaron la vida.


No alcanza el espacio para hablar de Luís Andrés. Sólo ahora que también soy padre vengo a entender todas las expectativas  frustradas de Luis Alonso y Oneida, nuestro deseo es que los hijos nos superen en la vida, que sean más exitosos de forma honrada. Mutilaron esa esperanza que era latente por razón de su meritoria vida estudiantil; el dolor sigue latente y la justicia camina a pasos de elefante.

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