Andy
Alexander Ibarra Ustariz (@andyIU). El
periodista Juan Gossain, en sus tiempos de líder radial en RCN, solía decir que
Bogotá es la ciudad de todos, incluso, de los Colombianos que no la conocen ni
la visitarán. Su justificación no tenía una connotación política por ser la
capital del país, era una razón más elemental: todos tenemos un familiar
viviendo en Bogotá.
Me
tocó vivir durante los años de estudios profesionales en una de las tantas
embajadas familiares en Bogotá: la embajada de la familia Colmenares Escobar.
En medio de aquel claro sacrificio de la intimidad de los cuatro miembros
del núcleo familiar (Luis Alonso, Oneida, Luis Andrés y Jorge Luis) varios
familiares fuimos acogidos con la calidez que se necesita en aquellas gélidas
tierras y esa pequeña adopción temporal ha sido vital para aprender a expresar
uno de los más genuinos sentimientos del ser humano: la gratitud.
Han
pasado cinco años de la muerte de Luís Andrés, ese ser humano que no dudo en
calificar como un “regalo de Dios”, nuestro propio Adeodato (“Adeodatus”), tal y
como San Agustín bautizó a su hijo y de quien Luís algún día me hablara con
mucho fervor dados sus valores agustinos cultivados en el Liceo
Cervantes.
Con
Luis Alonso a la cabeza el hogar Colmenares Escobar, y de nosotros sus “hijos
adoptivos”, tuvo un ambiente académico, a falta de jardín la fragancia natural
era el olor de los libros, era una vivienda donde reinaba el rigor intelectual;
a ello se sumó la tibieza humana y el afecto de Oneida quien como madre
universal estaba siempre presta a resolver nuestras quebrantos de salud. Estos
son recuerdos que siguen imperecederos de aquella maravillosa época, pues las
costumbres y tradiciones guajiras siempre estaban presentes como elixir para
sobrellevar la distancia.
La
deliciosa sopa costeña y el guarapo de panela con hielo –no el guarapo caliente
que le gusta a los interioranos- eran invitados de honor los fines de semana,
en torno a la lectura y a la música vallenata trascurrían gran parte de nuestro
esparcimiento. Luis Alonso en aquellos tiempos era un melómano que disfrutaba
coleccionar música de todo tipo -con preferencia de la música vallenata- pero
la fatalidad de la muerte de su retoño le arrebató ese placer de su existencia;
vivir entre las notas de acordeón hizo que nuestro folclor maravilloso sea
parte del propio ADN de Luis Andrés y Jorge Luís, aun cuando nacieron en
Bogotá.
Esa
influencia costeña tuvo otras dimensiones. Aunque Jorge Luís nació siendo un
Juniorista fiel, con Luís Andrés nos tocó una ardua tarea para lograr su
conversión de hincha de Millonarios a hincha de Junior, naturalmente su entorno
escolar lo condenaba a ser hincha de algún equipo capitalino y cuando íbamos al
estadio los reveces tiburones en El Campín hacía más difícil ese propósito. Ese
cambio futbolero era casi que un reto personal que teníamos todos, terminó
siendo un reto colectivo de la familia con frutos satisfactorios porque al
menos en su corta vida celebró con nosotros los títulos de Diciembre de 2004 y
el de Junio de 2010. De lo contario, no hubiese celebrado nunca porque
Millonarios desde 1988 sólo ganó un título en el año 2012, mucho después de
aquel amargo octubre de 2010 cuando le cegaron la vida.
No alcanza el espacio para hablar de Luís Andrés. Sólo ahora
que también soy padre vengo a entender todas las expectativas frustradas
de Luis Alonso y Oneida, nuestro deseo es que los hijos nos superen en la vida,
que sean más exitosos de forma honrada. Mutilaron esa esperanza que era latente
por razón de su meritoria vida estudiantil; el dolor sigue latente y la
justicia camina a pasos de elefante.
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