Rita Contreras: Una brújula existencial para la mujer
de hoy
Por: Maria Ruth Mosquera
“Las mujeres como ella deberían
escribir un manual de vida al que pudiéramos acudir mujeres como yo cada vez
que urjamos de inspiración para seguir siendo y haciendo”, reflexionaba Sofía.
No terminaba de entender por qué el encuentro con aquella matrona le había
causado esa sacudida en su más íntima humanidad. Avanzaba a paso lento sin
tener un destino definido; sólo intentaba digerir esa experiencia, convencida
de haber tenido acceso a una brújula existencial que señalaba a una vida en su
forma más elemental, sin tiempos ni prisas, a salvo de los prejuicios sociales
y las ansiedades protagónicas del ego.
Fue a dar a la plaza principal del
pueblo y sentó en una banca a cavilar. Pensaba en su vida, en sus luchas
propias, sus renuncias, los precios sociales que ha pagado para ejercer su
libre albedrío; pensaba en esa mujer: Rita Contreras, ¿Cómo es posible que a
esa edad pueda ser dueña de tanta lucidez, de tanto aplomo, de tanta vida?, se
decía en un monólogo silencioso. Y revivió en su mente el vivificante
encuentro.
La encontró sentada en una silla de
madera y cuero. Tenía puesto un vestido de rayitas blancas y negras con encaje
fino y zapatos blancos; aretes y dos anillos color plata como su cabello, que
llevaba recogido en un moño; un pañuelo en su regazo. Frente a ella estaba el
caminador con el que hace poco reemplazó el bordón al que había acudido por demanda
de los años. “Rita Lucila Contreras Cabrera, nacida el 31 de octubre de 1911,
en Villanueva, La Guajira”, dijo con voz firme y una sonrisa amplia que de
acentuó los pliegues longevos de su rostro.
Ella creció en un tiempo en que el
mundo era teatro de respeto, ética y laboriosidad; en el que se jugaba con los
hermanos a la ‘gallina ciega’, al ‘escondido’ y otros entretenimientos
infantiles que traducían camaradería e implicaban al ser humano de cuerpo
presente; haciendo un cultivo frondoso de afecto y dulzura del que sigue
cosechando frutos hoy, más de cien años después.
De sus mayores heredó el ‘don de
gentes’, la responsabilidad para vivir y también la coquetería femenina que la
hacía emperifollarse con zarcillos y aretes para ir a los bailes y dejar una
estela de muchachos enamorados y dispuestos a dejarlo todo por esa jovencita
hermosa de apariencia y esencia. “¿Qué si tenía pretendientes? ¡Claro!”,
enfatiza ella y añade que le fascinaba bailar en las Colitas y Cumbiambas de
sus años, sosteniendo espermas encendidas en sus manos.
Se casó muy joven, parió diez hijos y
enviudó temprano, un 22 de diciembre cuando su esposo estaba en la gallera
apostando a los gallos y en medio del contentamiento cayó fulminado por un
infarto que se le llevó en un santiamén.
Entonces Rita se vio frente a su
realidad: Con unos hijos chiquitos, con su duelo del alma, sin su esposo y
compañero de días. Lloró, se enojó con el destino, exigió inútilmente
explicaciones; pero luego secó sus lágrimas y se irguió frente a su circunstancia,
echando mano de todo el brío que almacenaba en su ser y del profundo amor de
madre que la surtía de la fuerza necesaria para saltar de la cama a la una de
la madrugada para ir al río a cargar el agua, como actividad primera de una
faena cotidiana de diecinueve horas.
Los suyos eran días sin recesos, con
el tiempo justo para cortar la leña, sacar el mugre de la ropa a punta de
manduco, pilar maíz, hacer las arepas de queso, tostar y moler el café,
preparar las bolas de cacao, buscar el bastimento, pelar la gallina y guisarla
para alimentar a sus hijos; en fin, para cumplir con sus fuerzas las tareas que
antes eran de dos. “Yo molía la sal en piedra”, dice. Se acaricia las manos, se
las mira y exclama: “Las manos se me torcieron. Es por las arepas que había que
asar”.
Aquí, Sofía es despertada de su
embeleso por la imagen de su propia abuela – Inés – y aparecen en su mente
imágenes de las arepas de maíz con afrecho que ésta molía y asaba
exclusivamente para ella; escucha en su subconsciente sus carcajadas y
proverbios y concluye que los viejos añejan tantos refranes como sabiduría.
“Los rostros de las abuelas son como espejos en los que siempre deberíamos
buscar nuestros reflejos”, se dice en silencio.
Escucha a Rita Contreras narrar
episodios de la calidad de la vida en sus tiempos, lamentarse de las
transformaciones de estos tiempos, que también ha hecho suyos. “Antes todo era
más barato, la carne el queso; ahora no, ahora todo está caro, ahora no hay
respeto; hay mucha violencia. Nosotros salíamos, paseábamos y todo era sano”.
La observa con ternura, casi con devoción y la anciana le devuelve una sonrisa
que lo inunda todo de paz.
Rita es una mujer autosuficiente que
no tiene contraindicaciones en sus alimentos, que bebe dos copas de vino al
día, que ríe a carcajadas, que conserva su matriz, que no tiene líos de
hipertensión, azúcar, estrés ni ningún síntoma de los males del mundo de hoy.
Este octubre, en el último día del mes, se despertará de nuevo a las dos de la
mañana, pues nunca pudo escapar al hábito de madrugar; se bañará y se vestirá
sola como lo ha hecho siempre, abrochando su sostén en su espalda, cuidando que
su enagua esté a la altura adecuada y atará su cabello con un moño. Y se
dispondrá a recibir a los suyos para celebrar sus 105 años, para seguir dando
ejemplo a la humanidad, pero sobre todo a las mujeres de su linaje que miran en
ella una especie de interdicción ante la debilidad. “No tendría derecho a ser
cobarde, teniendo una Súper Abuela como ella”, dice Fabrina Acosta, una de sus
nietas, quien asume con estoicismo, arrojo y fe los retos de la vida, en honor
a esa mujer sabia y valiente a la que tiene el privilegio de abrazar y amar con
reciprocidad.
Un suspiro profundo regresó a Sofía al
parque de Villanueva. Observó las formidables ceibas que adornan las esquinas y
concluyó que definitivamente Rita es una ceiba: Fuerte, imperturbable,
abrigadora, confiable, de raíces vigorosas, de sombra que abriga el alma. Así
se sentía Sofía: Sensible, transformada, a salvo; como si el diálogo con la
centenaria mujer hubiera obrado en ella una cirugía intangible que te extrajo
las vanidades, las zozobras causadas por lo material.
Esa noche, en sus oraciones incluyó
una especial: La oportunidad de ver de nuevo a Rita, de verse en sus ojos,
sentir sus manos añosas y sapientes, para que le infunda los bríos y apropiarse
de ellos para sentir que siempre Rita, con todo lo que representa, estará
presente, porque las mujeres como ella nunca mueren; se quedan aquí como una
especie de cómplice psíquica de las mujeres a las que inspiraron, tal como la
había inspirado a ella.
La Señora
Rita, la de la sonrisa de 105 años
Por: Hernán Baquero
Bracho. ¿Qué se
necesita para que un árbol sea bien plantado?, ¿Qué se necesita para
que un árbol de buenos frutos?, ¿Qué se necesita para que ese árbol sea
frondoso y de buena sombra? Son preguntas que obtienen respuestas rápidas y
oportunas en el tema de las ciencias agronómicas. Así es también el ser vivo.
Un ser humano bien plantado es aquel que es sembrado con amor y
con buenas dosis de genética, de principios, de valores y ante todo de buena
calidad de vida en su existencia. Un ser humano da buenos frutos, si proviene
de buenos cimientos de una herencia ancestral y su vida ha estado más llena de
virtudes y de buen comportamiento tanto en su unidad familiar, como en su
comunidad. Un ser humano se vuelve estampa y orgullo familiar cuando procrea
hijos que son el mismo ejemplo de donde provienen y lógicamente genera
resultados extraordinarios con una familia que respeta y admira de lo cual
ellos se sienten embriagados de ese amor, de ese orgullo y de esa admiración
por el ser querido.
Ese es el caso
de la matrona villanuevera Rita Lucia Contreras Cabrera, quien el pasado 31 de
Octubre, llegó con la bendición de Dios a sus 105 años de existencia, que la ha
convertido en un árbol bien plantado, que llegó a esta vida a dejar
huellas indelebles del trajinar de su existencia de una vida llena de virtudes,
de comportamiento sin igual para su familia y para su comunidad y que hoy con
plena lucidez mental con una salud de roble, cuenta sus cuitas de lo que ha
sido su existencia tesonera y con una familia numerosa a cuestas donde hijos,
nietos, bisnietos y tataranietos, continúa siendo la guía, la matrona y la
líder de la familia Peña Contreras. ¡Qué ejemplo tan bello, de la existencia de
una matrona ejemplar! De esa herencia ancestral proviene la escritora y líder
de Evas y Adanes la psicóloga riohachera Fabrina Acosta Contreras y tantos
retoños que son ejemplo en la sociedad villanuevera.
Unos días
antes de su onomástico, el suscrito en presencia de mi amigo de infancia, su
último retoño Venancio Peña Contreras, asi como también de Tere y Rodrigo, puse
una vez más a prueba de la memoria prodigiosa y como en una película de ficción
hicimos un recorderis de tantos vecinos que tras su ida a la vida eterna ella
siempre los ha sentido en lo más profundo de su corazón y lo más asombroso me
va dando nombres y apellidos, confirmando con ello que su vida ha estado llena
de la magia del Señor Todopoderoso y junto recordamos a tantos vecinos de
nuestro barrio El Arroyito hoy Las Delicias (Bueno y quién fue el bárbaro que
le cambió el nombre) y uno a uno van desfilando por su memoria: Carmela López y
el señor Castro, María Trinidad “Trine” Quintero, Florencia “Maencha” Nieto,
José Rumbo, Teotiste Mojica, Felicita Contreras- su hermana- “Toñito” Acosta,
Modesta Mendoza, Candelaria Olmedo, Lucas Contreras, Ana Julia Daza, Gonzalo
Céspedes, María Baquero, “Beto” y Jesús Acosta Mendoza, Manuel Celedón, Manuel
Dangond, “Juancho” Oñate, Silvia Rodríguez, “El Santo” Oñate, Eufemia Estrada,
Bertha Nieto, “Caco” Quintero, Carmita Bracho, Ramona Pérez, Luciana Mendoza,
Carmen “La Negra” Bracho, Digna Montero, “Lucho” Saurith, Ana Asunción Acosta,
Josefa Bruges, Nicolás Camargo, Olida Pérez, Esperanza Martínez, Carmen
Martinez, Isabel Mauricia Geovanetti, Cristina Cujia, Enrique Dangond, Rafael
Contreras, Esilda Córdoba, José Escobar, Jaime Suarez, Eloisa Olivella, Carmen
Bracho Arias, su hijo Alonso Peña, “La Neno” Daza, Santiago Altamar, Susana
Núñez, Eusebio y Manuel Guerra, “El Sombe” Saurith, “Toño” Gallo, Jhonny Daza
Mieles, “El Papi” Guerra, William Olivella, “Cheito” Daza, “Meche” Cuadrado,
Olga Mieles, Rafael Daza, “Icha” Bracho y como está escrito en Eclesiastés
generaciones van y generaciones vienen, pero Dios mantiene a Rita Contreras
como árbol bien plantado, como testigo excepcional de tantas
generaciones que se han ido, pero ella ahí con la misma sonrisa, el mismo calor
humano y la misma Rita de siempre. ¡Dios continúa dándole y prodigándole la
misma salud y la misma memoria!. La señora Rita con 105 años a cuestas, siempre
con esa sonrisa que la ha caracterizado como una Bendición de Dios, lo
enternece a uno con su sapiencia y sabiduría.
Mi tía querida de mi alma y de mi corazón, la verdadera esencia de la estirpe familiar y generacional de un conglomerado de grandes valores e impecables principios, identificados y evidenciados en nuestra ejemplar familia, gracias a mi prima Fabrina por enaltecer y resaltar su obra, Dios la bendiga por siempre.