Adrian Ibarra Ustariz Columnista |
Lo que siguió, como es usual en la
fase post-atraco, es el relato de los hechos, una y otra vez, con el objeto de
aclarar dudas y dar detalles a los allegados, además de evacuar aquella
sensación de derrota ante la irremediable confabulación del universo contra ti,
porque claro, miserable suerte, ¡con tanta gente en Barranquilla! como decía
alguien. Pero el impase no termina allí. Detrás de los comentarios solidarios
vienen en caravana los que te recuerdan que lo que pasó, en definitiva, fue una
falta grave a la más robusta sentencia fundada en los principios de la llamada
malicia indígena: no dar papaya. ¿Qué hacías tú caminando por ahí con una
cadena?, decía otro.
Recientemente un familiar, victima de
hurto en su residencia, estuvo en las mismas. Mientras no salía de la confusión
por el desafortunado incidente, familiares y amigos acudimos a escuchar el
relato, dar voz de aliento, y por supuesto, a buscar las mil explicaciones. Los
suspicaces aseguraban que obviamente era alguien de su confianza, los estratégicos
que en estos tiempos es inexplicable como la tapia no remataba en un arreglo de
vidrios de botella o un tendido eléctrico, que no había cámaras, que faltan más
rejas metálicas, que no se puede tener un estilo de vida tan predecible, que la
casa no debería estar sola nunca y la mayoría, claro, cuestionaban que cómo es
posible que se guarde dinero en efectivo en una gaveta. Todas las hipótesis
apuntando a que no se tienen todas la previsiones, a que no se siguen los
debidos protocolos ante la delincuencia, a que se inexorablemente se dio papaya.
Asistimos en este tipo de situaciones
a una manifestación más de nuestra crisis de valores. No porque sea malo o
inconveniente tomar y recomendar medidas que minimicen el riesgo de ser objeto
de un robo. En absoluto. Es claro que como están las cosas uno debe mantenerse
alerta y buscar la forma de evitarlos. Lo que en mi opinión está mal es
considerar que cuando roban a alguien es más porque de alguna manera ‘se dejó
robar’ y no porque ‘le robaron’ que es lo que realmente pasa. De otra manera no
se explica cómo abundan comentarios acerca de las falencias de la victima y se
minimizan las habilidades del ladrón.
Estas situaciones tienen que ver más
con la actitud criminal, probablemente de un diestro en esos oficios, que se
ocupó de realizar su cometido midiendo y calculando los distintos detalles,
evaluando situaciones y alternativas, actuando en el momento justo, con
premeditación, para lucrar cada debilidad con su experticia y arrojo,
aprovechando cada resquicio de la cotidianidad del ciudadano decente, que no
tiene armas ni artimañas, que vive y piensa en la legalidad. Yo no me dejé robar
la cadena, tampoco dejaron robar mis familiares en su casa. Nadie quiere que le
roben. Somos victimas, no pendejos.
Poner la lupa sobre el
‘apendejamiento’ de la victima y soslayar la responsabilidad del antisocial que
causa el daño y contraviene el orden y la ley son conductas muy comunes,
incrustadas en nuestra sociedad bajo la etiqueta de la ‘malicia’ mal llamada
‘indígena’ o la llamada ‘cultura mafiosa’.
En ese imperio del más ‘avispao’, se
busca por todos los medios no hacer la fila en el banco, hacer plata fácil,
coronar, aprovecharse y vivir del bobo, y hasta incluso matar a alguien,
tirarlo a un caño y borrar las evidencias.
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