El imperio del avispao’

25/3/13




Adrian Ibarra Ustariz
Columnista
Hace un tiempo fui victima, léase bien, victima, de uno de los 2.200 hurtos a personas que se registran en Barranquilla anualmente. Caminando presuroso por la cebra de una transitada avenida, enredado con compras de última hora en una mano y un morral con sobrecupo en la otra, me frenó el rasponazo en la nuca que no comprendí hasta que, entre los buses amenazantes por el semáforo en verde, vi al ladronzuelo deslizarse con movimiento felino, llevándose una cadena legendaria de ascendencia maternal.

Lo que siguió, como es usual en la fase post-atraco, es el relato de los hechos, una y otra vez, con el objeto de aclarar dudas y dar detalles a los allegados, además de evacuar aquella sensación de derrota ante la irremediable confabulación del universo contra ti, porque claro, miserable suerte, ¡con tanta gente en Barranquilla! como decía alguien. Pero el impase no termina allí. Detrás de los comentarios solidarios vienen en caravana los que te recuerdan que lo que pasó, en definitiva, fue una falta grave a la más robusta sentencia fundada en los principios de la llamada malicia indígena: no dar papaya. ¿Qué hacías tú caminando por ahí con una cadena?, decía otro.


Recientemente un familiar, victima de hurto en su residencia, estuvo en las mismas. Mientras no salía de la confusión por el desafortunado incidente, familiares y amigos acudimos a escuchar el relato, dar voz de aliento, y por supuesto, a buscar las mil explicaciones. Los suspicaces aseguraban que obviamente era alguien de su confianza, los estratégicos que en estos tiempos es inexplicable como la tapia no remataba en un arreglo de vidrios de botella o un tendido eléctrico, que no había cámaras, que faltan más rejas metálicas, que no se puede tener un estilo de vida tan predecible, que la casa no debería estar sola nunca y la mayoría, claro, cuestionaban que cómo es posible que se guarde dinero en efectivo en una gaveta. Todas las hipótesis apuntando a que no se tienen todas la previsiones, a que no se siguen los debidos protocolos ante la delincuencia, a que se inexorablemente se dio papaya.


Asistimos en este tipo de situaciones a una manifestación más de nuestra crisis de valores. No porque sea malo o inconveniente tomar y recomendar medidas que minimicen el riesgo de ser objeto de un robo. En absoluto. Es claro que como están las cosas uno debe mantenerse alerta y buscar la forma de evitarlos. Lo que en mi opinión está mal es considerar que cuando roban a alguien es más porque de alguna manera ‘se dejó robar’ y no porque ‘le robaron’ que es lo que realmente pasa. De otra manera no se explica cómo abundan comentarios acerca de las falencias de la victima y se minimizan las habilidades del ladrón.   


Estas situaciones tienen que ver más con la actitud criminal, probablemente de un diestro en esos oficios, que se ocupó de realizar su cometido midiendo y calculando los distintos detalles, evaluando situaciones y alternativas, actuando en el momento justo, con premeditación, para lucrar cada debilidad con su experticia y arrojo, aprovechando cada resquicio de la cotidianidad del ciudadano decente, que no tiene armas ni artimañas, que vive y piensa en la legalidad. Yo no me dejé robar la cadena, tampoco dejaron robar mis familiares en su casa. Nadie quiere que le roben. Somos victimas, no pendejos.  


Poner la lupa sobre el ‘apendejamiento’ de la victima y soslayar la responsabilidad del antisocial que causa el daño y contraviene el orden y la ley son conductas muy comunes, incrustadas en nuestra sociedad bajo la etiqueta de la ‘malicia’ mal llamada ‘indígena’ o la llamada ‘cultura mafiosa’.


En ese imperio del más ‘avispao’, se busca por todos los medios no hacer la fila en el banco, hacer plata fácil, coronar, aprovecharse y vivir del bobo, y hasta incluso matar a alguien, tirarlo a un caño y borrar las evidencias.

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