Marlon Consuegra Columnista |
“Las especies
que sobreviven no son las más fuertes, ni las más rápidas, ni las más
inteligentes; sino aquellas que se adaptan mejor al cambio”. Este fue una de
las frases célebres del evolucionista más famoso de los últimos tiempos,
Charles Darwin; y es así como quiero comenzar esta reflexión, que sin lugar a
dudas me ha venido rondando desde hacía mucho, pero fue solo hasta que pude
experimentar en carne propia lo que significa ver a mi región desde otra
óptica, cuando decidí publicar una inquietud que ronda en mi mente.
Se
trata de cómo la globalización ha permitido que los estándares de vida sean
homogéneos en cualquier punto cardinal de la tierra, de cómo la evolución del
comportamiento humano tiende a marcar líneas invisibles de “No transgresión”
entre las personas, y de lo complejas que son las ecuaciones entre el volumen
de habitantes y la búsqueda de la calidad de vida.
Todo
este preámbulo deriva de la forma como se vive en las demás latitudes, donde el
progreso y el dinamismo de las relaciones interpersonales son notorias y van
enmarcados en un plano del respeto, y donde la muy triste y devaluada “viveza
criolla”, no tiene ninguna cabida. Sitios donde la obligatoriedad de ceder el
puesto a un discapacitado, o adulto mayor no deriva de una sanción o multa,
sino de la cultura de la justicia sobre la igualdad, porque igualdad sería que
todos tengamos las mismas prebendas y beneficios, mientras que justicia sería
que las prioridades se brinden de manera espontánea a quien tiene menos
oportunidades que nosotros. Me pareció tan inverosímil y tontamente risible el
hecho que al subir a un transporte público, sus pasajeros dijeran y pagaran el
costo de su trayecto, sin que fuese auditado su viaje, ni existiera un
vigilante que corroborara esa transacción. Y es que tanta honestidad es tan
culturalmente arraigada, que es increíble como sólo con la palabra se tazan
algunos negocios, que en mi región nunca existirían sin antes demostrar hasta
el certificado de nacimiento de Cristóbal Colón.
Porque
es claro que entre más normas de seguridad se inventan en Colombia, más
modernos y eficientes son los medios para violarlas. Eso ha generado una
burocrática forma de vida a la que ya estamos acostumbrados, donde es más
importante el papel que la verdad. Un ejemplo claro es al querer solicitar un
crédito bancario, que hasta el detalle de tus más íntimas cuentas sacan de tus
entrañas antes de entrar en una fase de pre-aprobado; y muchos me dirán que
-esos son medios de seguridad-, pero yo digo que son herramientas que nos han hecho
más complejas las cosas, y de la que silenciosamente somos víctimas en el día a
día. O quién no ha sido víctima de una tediosa espera en una Urgencia de
centros públicos o privados, donde se hace obligatorio entregar hasta recibos
de pagos para autorizar una atención, repito AUTORIZAR UNA ATENCIÓN, o quién
nos enseñó que una urgencia vital tiene espera o requiere de algún requisito
para su atención, ¡nadie!; pero hemos evolucionado así por nuestro propio
comportamiento de engaño y falsedad en contra del sistema, que ha obligado a
quien tiene el poder a hacernos víctimas de nuestros propios inventos, y aunque
crean que me voy lanza en ristre contra mis coterráneos, sólo me basta con
mirar desde afuera lo que hemos estado haciendo tradicionalmente incorrecto,
para emitir este concepto en busca de la armonía social.
Y
es que sorprende cuanta honestidad mostramos en nuestros perfiles del Facebook
o Twitter, cuando en muchas ocasiones caemos en la tentación de no devolver un
vuelto de mas, o entrar a eventos públicos sin pagar entre otros.
Creo
que los sistemas se simplificarán el día que comencemos a respetar normas
mínimas como una fila, un semáforo, escuchar antes que golpear, evitar la
palanca política, etc. y progresivamente será menos necesario tanta tramitología
que nos hace malhumorados y más viejos.
A
muchos le parecerá una cátedra moralista impartida por el menos indicado, pero
la distancia en ocasiones nos hace mejores personas, porque no es un secreto
que como dice la columnista de Semana María Ximena Duzán, -colombiano que se
respete atraviesa el charco y aprende a hacer todo lo que no hace en Colombia.
Deja de botar papeles al piso, empieza a reciclar, deja de fumar… y hasta
termina votando en las elecciones-. Sin embargo el haber dejado mi patria
en varias oportunidades, y en diferentes tiempos y locaciones me da un
referente de las tendencias exteriores, y no resisto ver que mi pueblo termine
convirtiéndose en una especie en peligro de extinción, siendo los parias y el último
eslabón en la escala de la evolución cultural. Y si nos ufanamos de ser cuna de
cultura, no pensemos que a esto lo compone un cambio generacional, sino una
renovación de nuestra propia forma de ver al que nos rodea, con respeto hacia
él y hacia el sistema. Tal vez en algunos tiempos seamos testigos de los frutos
de nuestro comportamiento.
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