Por: Rubén Darío
Álvarez P. Para
los estudiosos del estilo vallenato, sin duda alguna, una de las figuras que
más llamaron la atención a finales de los años 70 y principios de los 80, fue
el finado acordeonista y compositor guajiro Héctor Zuleta Díaz, a quien se le
recuerda por depender de una familia de músicos, cantantes y compositores, cuyo
tronco primigenio fue el juglar Emiliano Zuleta Baquero.
También se le evoca por las composiciones que, siendo casi un
niño, le grabaron los afamados grupos vallenatos del momento, aunque su
visualización total se dio cuando hizo pareja con el también cantante guajiro
Adaníes Díaz Brito.
Sin embargo, puede decirse que hay un aspecto de su carrera de
compositor que muy poco se ha analizado, y era su propensión a hacer, de una u
otra forma, permanentes alusiones a la muerte y a la finitud de la vida,
tendencia que, a simple vista, podría contrastar con las opiniones de quienes
lo conocieron de cerca, pues decían que se trataba de “un muchacho alegre y
parrandero”, como él mismo lo decía en su canción “Busco una novia”, que le
grabaron el también difunto Poncho Cotes Jr. y el acordeonista Carlos
Rodríguez.
Además, abundan las canciones donde derrochó esas dotes de
jocosidad y mamagallismo que parecieron constituir las improntas permanentes de
su personalidad.
Pero volviendo a sus infaltables referencias a la muerte,
podríamos tomar por caso el paseo “La tiendecita”, grabado por Beto Zabaleta y
Emilio Oviedo, donde termina diciendo que “(...) es que yo creo mi tormento, si
no lo cura esa morena, solo tres balas en mi pecho le ponen fin a mi condena”.
En la canción “Señor tendero”, grabada por Miguel Herrera y
Elberto López, afirma que “la vida es un instante en medio de dos eternidades”.
En “Penas de un soldado”, grabada por Diomedes Díaz y Colacho
Mendoza, el protagonista (un soldado que intenta desertar) termina acribillado
por un centinela obligado.
En “Vendo el alma”, grabada por Diomedes Díaz y Juancho Rois,
hay una alusión hondamente clara de renuncia a la vida, como cuando concluye:
“(...) y si me dicen que no tiene arreglo, sin más remedio me toca quemarla”.
Y en “El Regaño”, grabada por Fredy Andrade y Elberto López, el
protagonista disgusta con la novia y, para desquitarse, lo único que se le
ocurre es suicidarse en la puerta de su casa.
Hay quienes ven en el paseo “Flor de mayo”, grabado por Jorge
Oñate y Raúl “El Chiche” Martínez, otra referencia a la atracción que sentía
Héctor Zuleta por el inframundo, pues afirma sin tapujos que “me paso la vida
entera como alma que lleva el diablo”.
Héctor Zuleta murió trágicamente el domingo 8 de agosto de 1982,
cuando apenas iba a cumplir 21 años de edad.
Fuente: Web de Periódico “El Universal” de Cartagena.
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