Por: Fabrina Acosta Contreras. Desde pequeña he escuchado a
quienes con profunda devoción por la virgen de los Remedios, relatan lo que
hizo para evitar que Riohacha fuese destruida por la furia del mar, ninguna
persona nacida en Riohacha desconoce esta leyenda, además que es recordado
diariamente en las miles de mujeres riohacheras registradas con el nombre de
Remedios en honor a ese suceso; sin embargo, hoy no voy a hablar de ese hecho,
sino del milagro que hace 14 años mi familia y yo recibimos, ese 2 de febrero
mi madre batallaba por su vida en un quirófano, una compleja cirugía de corazón
abierto la enfilaba en el riesgo de alguna reacción a la anestesia o su muerte,
tenía 67 años y la ciencia nos informaba más de los riesgos que de los
beneficios, ella toda una guerrera enfrentaba este desafío científico como
digna hija de Rita Contreras, quien a sus 108 años no sufre de ninguna afección
cardíaca ni visita médicos porque su salud está intacta como respuesta a su
buena alimentación y a sus poderosas arepas de maíz.
Mi madre salió de la cirugía
estable, pero un día después sufrió un accidente cerebro vascular – ACV –
isquémico, que la pondría al filo de la muerte nuevamente, dejando secuelas de
afasia motora y un miedo incrustado en su mirada, como queriendo salvarse de la
imaginación pesimista que le generaba su temporal mudez, no era tiempo de
pensar en cómo reaprenderia a hablar, escribir su nombre o caminar, para ella era
el tiempo de pensar en seguir viva y para su familia era el de no desfallecer
en la fe y de apartar la angustia para entregarle el mejor remedio posible en
todo el mundo, un amor reposado y profundo.
Hace 14 años mi familia y
yo, no estábamos cumpliendo la cita en la misa tradicional en la catedral de Riohacha,
ni escogiendo vestidos finos para estar a la altura del momento, tampoco
buscando a cuál reunión política asistir después de la cita sagrada, no
hacíamos parte de ese trajín religioso/político y de competencia social por
mostrar la mejor pinta.
Ese día estábamos en la
prueba de fe, en un desafío contra la muerte y la resignación, era el tiempo de
activar la fuerza para cambiar diagnósticos lapidantes que la ciencia
acostumbra a dar, porque ella es experta en determinar cosas como si fuera una
única verdad; pero había milagros reservados para nuestra historia; mi madre después
de unos meses que fueron eternos y exigentes, volvió a caminar, a hablar y de
vez en cuando a sonreír, no fue fácil que su rostro se despojara de un gesto de
miedo constante, ella tenía muchas historias por contar pero su afasia no le permitía
hacer catarsis y eso no facilitaba su mejoría; pero como todo tiempo es perfecto
cuando pudo hablar compartió su mayor experiencia de vida, el haber estado frente a Jesús y ver a algunos
familiares fallecidos y a sus nietos más pequeños para ese entonces (Daniel y
Jesus Miguel) pero explicó que la habían devuelto porque no era su tiempo, así
que ella seguía en este paseo existencial que solo tenemos que disfrutar al
máximo, reconociendo que nadie tiene el poder de la inmortalidad.
Quise relatar esta historia,
para invitarlos a todos y todas a deleitar esta vida, a vivirnos desde la fe
que propicia milagros, que activa armonías y que genera nutrición espiritual,
eso está haciendo falta en la actualidad, ocuparnos de nuestro ser como nos
ocupamos de vestirnos, alimentarnos o mantenernos vigentes profesionalmente,
hace falta en la humanidad volver a la esencia espiritual y reconocer que cada
mañana que abrimos nuestros ojos es un milagro para agradecer, no es necesario
tener que estar en una situación difícil para aferrarnos a la fe, ni tenemos
que esperar la fatalidad para comenzar a amarnos y a vivir en plenitud, cada día
es una oportunidad para ser felices.
Benditos sean todos los 2 de
febrero, donde recuerdo la grandeza de Dios regalándonos el milagro de tener a
nuestra madre renacida, cuando un diagnóstico de riesgo de muerte cambió por el
de la vida y el de la gratitud, han sido 14 años de verla mejorando, superando
las convulsiones residuales de los primeros años de postcirugía; descubrir que está sana, que
sonríe con libertad y que esa mirada de miedo desaparece, cada vez que recibe a
un nuevo bisnieto, que visita a su madre en Villanueva o se reencuentra con el
mar en sus caminatas sanadoras al muelle, aunque ella nació un 20 de mayo, su fecha de
renacida es el 2 de febrero y cobra una importancia infinita.
Esa es mi madre un ejemplo
más de resiliencia femenina y una referente para mi vida, para la causa que
lidero en la que creo que las mujeres somos los vientres fructíferos que
transformaran el mundo hacia uno con más amor.
Lo mejor de los milagros es
compartirlos para que otros puedan confirmar que todo es posible para quienes
creen.
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