Hoy marcharé por la paz. Hace rato no se percibía
la posibilidad cercana de quemar una etapa de violencia mediante negociaciones.
Es una esperanza por la que vale la pena salir a marchar.
Lo haré con ganas parecidas a las que
tuve el 24 de octubre de 1999, cuando en todo el país marchamos más de doce
millones de colombianos. La consigna de “No más” incluía tres demandas:
negociación política del conflicto, cese de ataques contra la población civil y
el cese al fuego. El líder del momento, Francisco Santos, se fajó en esos meses
al convocar gente de los más diversos orígenes políticos y de los más variados
dolores.
Marcharé
hoy porque, con todo lo que representa el 9 de abril en la historia colombiana,
es el día elegido para la memoria y la solidaridad con las víctimas. Porque
considero que no hay víctimas de primera y víctimas de segunda.
Son
víctimas las miles de personas asesinadas en los 80 y los 90 de la Unión
Patriótica, a las que hay que recordar y reparar. Son víctimas los muertos de
Bojayá y de El Salado, las decenas de miles de desaparecidos en las décadas de
estúpido conflicto, los miles de secuestrados, los niños reclutados por todos
los grupos armados ilegales, los servidores de la Fuerza Pública caídos,
heridos y mutilados.
No
me importa que haya detractores de la marcha. Los hay que se esperaba que lo
fueran y también los hay del refinado cálculo político. Si va fulano o mengano,
no está bien que vayamos, han dicho algunos.
Me
importa un pito el supuesto cálculo político detrás de las alianzas que apoyan,
o rechazan, la marcha. En lo personal no voté por Santos (lo hice por Mockus)
ni por Petro (voté por Parody); ambos me parecen pobres ejecutores y, sin
embargo, me agrada que salgan juntos, con Piedad Córdoba.
De
paso, me complace que el general Jorge Enrique Mora participe de las
negociaciones de La Habana.
Soy
sincero: me gustaría mucho que en la marcha no hubiese epítetos contra nadie,
particularmente en contra sus detractores mayores. Que no los hubiera sería la
prueba reina de que el proceso de paz va en serio y que los marchantes creen en
el perdón, la verdad, la justicia y la reparación y que en Colombia cabemos
todos.
Se
equivocan quienes dicen que el proceso va en contra de las inversiones
empresariales. Entre 144 naciones escrutadas, Colombia ocupa el primer lugar
del mundo en costos asociados al terrorismo que las empresas deben cubrir (Foro
Económico Mundial).
Como
todas las esperanzas, cualquier cosa puede pasar. Si el proceso sale bien,
habrá con certeza nuevas bandas criminales e inmensos obstáculos en la
reincorporación de miles de personas criadas en la ilegalidad y la rutina del
conflicto. Pero habrá menos muertos de todos los bandos, menos huérfanos, menos
desplazados, mayor participación en política, más seguridad, más inversiones.
Si
sale mal, todo seguirá, como decía el finado Garzón, lo mismo… de antes.
Tengo
la esperanza de que marchar hoy ayudará a la paz en Colombia.
Rafael Orduz
Fuente: El Espectador
9 de abril de 2013
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