Luis Martínez - Columnista. Está claro que a Luis
Andrés Colmenares lo mataron. La tesis del suicidio, que venían manejando los
defensores de los implicados se cayó esta semana cuando la Fiscalía mostró las
fotos del levantamiento del cadáver.
El joven tenía
nueve heridas protuberantes en el cráneo. Uno se suicida una vez; no nueve.
Está claro que
el estudiante recibió una severa paliza, en una emboscada muy bien planeada en
la que participaron varias personas, entre los que estarían algunas (o alguna)
de sus acompañantes de la noche, los escoltas de aquellas (o aquella) y un
exnovio de ellas (o ella).
Está claro que
el cadáver fue puesto en el lugar donde se encontró. Los policías y bomberos
que acudieron al lugar, expertos, todos, en recuperación de cuerpos y atención
de emergencias, dijeron tajantemente que Luis Andrés no estaba en el sitio
cuando debía estar si el accidente o el suicidio hubieran sido ciertos. Y
mostraron un video que lo comprobaba. Ese día el agua del caño del parque El
Virrey de Bogotá era clara y tenía una altura inferior a los 20 centímetros.
Imposible que arrastrara u ocultara el cuerpo del muchacho.
La otra tesis
de que habría muerto en un “absurdo accidente” provocado por su aparente estado
de ebriedad perdió valor del mismo modo. Luis Andrés sí tomó trago, pero
extrañamente lo siguió haciendo después de muerto, cuando alguien vació
una botella en su boca para contribuir con la coartada.
Está claro que
Luis Andrés Colmenares no murió enseguida. Las pruebas indican que agonizó
durante varias horas, probablemente mientras lo paseaban por la ciudad en el
baúl o el platón de algún carro, y que su muerte inminente fue precipitada
mediante asfixia.
Está claro que
los implicados en el crimen están mintiendo y que la versión en la que
intentaron coincidir Carlos Cárdenas, Laura Moreno y Jessy Quintero dejó de
tener validez, inclusive, como sospecha.
Está claro que
en el caso ha habido manipulación de jueces, tiempos y diligencias, en la que
han participado funcionarios judiciales, abogados y, por supuesto, familiares
de los implicados. El poder de estas personas ha sido más diligente –también
está claro– que los encargados de administrar justicia.
Pero estamos
llegando ya a la cabalidad de la prueba y a la consumación de la paciencia.
Los ciudadanos
debemos respeto, espera, apego y acatamiento a la ley. Eso está claro. Pero
durante tres años aquí lo que ha habido es un manoseo insistente y persistente
al debido proceso por una de las partes, para que no se sepa la verdad de lo
que ocurrió aquella madrugada de Halloween en que Luis Andrés no regresó a
casa.
A ello se
deben los cambios de actores en la investigación, el distanciamiento
intolerable entre una audiencia y otra, el ataque a testigos oportunistas en
vez de la concurrencia de argumentos sobre la causa.
Evidentemente hay un afán por agotar a
los jueces y a los fiscales, y dilatar el procedimiento.
Pero ya es
hora de que los jueces procedan, en procura, inclusive, de su propia causa.
Pues, como sentenció José Ortega y Gasset, el mayor crimen está ahora, no en
los que matan, sino en los que no matan pero dejan matar. Y eso, todos,
deberíamos tenerlo claro.
amartinez@uninorte.edu.co
@AlbertoMtinezM
@AlbertoMtinezM
EL HERALDO
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