* Semblanza
de Julián Rojas, uno de los homenajeados en la XXXVII versión del Festival “Cuna
de Acordeones” de Villanueva (La Guajira) a realizarse entre el 17 y el 20 de
septiembre de 2015.
Por:
Ricardo Gutierrez Gutierrez (Columnista Invitado). Las palmeras cuyos tallos rectos son coronados por
penachos de hojas grandes se entrelazan como guardianes de la arena blanca del
mar de San Andrés, en el cual se encuentran peces y corales de diversos
colores, se mueven rítmicamente, formando ondas llamativas que oscilan en
dirección al viento. Esos vaivenes naturales le dan la bienvenida al visitante
que incitados por la concomitancia de la naturaleza, historias de piratas y
música, aceptan regocijados esos retozos mágicos que le hacen convertir sus
sueños en realidades.
Allí es frecuente escuchar día y noche la música
sanandresana caracterizada por la creatividad y diversidad cultural propia de
la mezcla de esclavos africanos y colonos europeos. Sorprende de pronto la
interpretación de un calipso, reggae, el mentó o el socca etc., gracias a los
músicos que merodean dando a conocer la musicalidad heredada de sus primeros
pobladores y las fusiones con el Caribe que al aportar instrumentos, melodías y
ritmos, gestaron el gran acervo folclórico que le han dado identidad musical a
las islas.
En ese mundo de playa, brisa, mar, música y visitantes
nacionales y extranjeros nació el 23 de julio de 1970 en el barrio San Luis, de
San Andrés Isla, Julián Rojas Teherán cuyos padres José Gabriel Rojas, de
origen antioqueño, y Ligia Teherán, tolimense, se trasladaron atraídos por la
figura de Puerto Libre que Gustavo Rojas Pinilla en 1953 estableció para
motivar la economía de la isla.
A los cinco años Julián, menor de nueve hermanos, tocaba
el acordeón imitando a su hermano Jorge Rojas, acordeonero reconocido que hacía
sus presentaciones en la Isla y el cayo Johnny Cay. Allí presentaba como
novedad los domingos a su hermano menor, Juliancito, un niño rubio que a cambio
de chocolatinas M&M y gaseosas, conglomeraba y deleitaba con su acordeón,
al interpretar canciones vallenatas.
Poco
influenció en la formación musical de Julián la música de la Isla, desde sus
primeros años sintió una atracción infinita por la música vallenata al escuchar
las notas que su hermano mayor Jorge extraía del acordeón. Pronto desarrolló la
percepción auditiva a través de las melodías y las canciones que escuchaba, su
inmenso interés hacía posible convertir esas vivencias en fuente de disfrute y
agradable experiencia. A corta edad, Julián tomó distancia de la gran
diversidad cultural del archipiélago escuchando los conjuntos vallenatos que
allí se presentaban, esta preferencia lo llevó a imbuirse en la música
procedente de la inmigración continental.
La suerte cambió intempestivamente para Julián al
trasladarse con su hermano Jorge a Bogotá, este buscaba acentuar todo lo
concerniente al arreglo de los acordeones. Allí continuó sus estudios y amplió
sus conocimientos sobre el instrumento con los diferentes acordeoneros que se
presentaban en sitios públicos y en las frecuentes parrandas de los costeños
donde cada participante al dar lo mejor, establecía una sana competencia
musical.
Aprovechó también el contacto con los diversos
acordeoneros que frecuentaban a su hermano con el fin de arreglar sus
acordeones, ésta cercanía lo motivó muchísimo y lo llevó a convertir el
acordeón en una obsesión.
En 1985 cuando solo tenía 15 años grabó su primer LP al
lado de Pablo Atuesta. Dos años después se presentó por primera vez en la
categoría profesional en el Festival Cuna de Acordeones de Villanueva, Guajira,
obteniendo un tercer puesto. En 1987 grabó un LP con el compositor Antonio
Serrano Zúñiga. En 1988 obtuvo un tercer puesto, categoría Profesional en el
Festival de la leyenda Vallenata de Valledupar. En éste año ingresó a la
connotada agrupación El Binomio de Oro, acompañando a Rafael Orozco durante un
año, mientras Israel Romero se recuperaba de una enfermedad.
En
el año 1991, cuando solo tenía 20 años de edad se coronó Rey del Festival de la
Leyenda Vallenata en la ciudad de Valledupar, derrotando al favorito, el
reconocido acordeonero Juancho Rois, fórmula musical en ese tiempo de Diomedes
Díaz. Juancho, amigo cercano de Julián, lo invitó al festival donde se
presentaría al concurso en la categoría profesional. En Valledupar, Juancho le
pidió que se presentara también con el fin de darse a conocer. Julián se
sorprendió con la propuesta y le contestó que le era imposible hacerlo. Su
amigo, generoso como siempre, lo convenció, lo inscribió y puso a su
disposición sus acordeones. Se inició el concurso con la participación de
Juancho y Julián y un número de acordeoneros profesionales destacados. Ambos
lograron clasificar y llegaron a la final, de acuerdo a las normas
establecidas. Juancho realizó una buena presentación, al intervenir Julián,
alucinó al público y jurados con la ejecución del acordeón cuando tocó el paseo
‘La estrella’, de Juan Muñoz, el merengue ‘El Mango’ de la plaza, de José
Rondón, el son ‘Altos del Rosario’, de Alejandro Durán y la puya ‘La Fiesta de
los Pájaros’, de Sergio Moya Molina.
Algunos de los jurados, integrados por el político
bolivarense Rodrigo Barraza Salcedo, el periodista y abogado Armando Benedetti
y los acordeonistas Emiliano Zuleta Díaz, Orangel Maestre y Beto Villa, al
deliberar solicitaron tener en cuenta la trayectoria de los acordeoneros. Me
contó Emilianito Zuleta que él rechazó de inmediato la petición y afirmó
categóricamente: “Las presentaciones han sido muy buenas, pero la de Julián fue
magistral, aquí no se califica quién es más conocido. Les doy un ejemplo: ¿si a
mí me ponen a boxear con Mike Tyson y lo noqueo, quien es el ganador? Al tomar
la decisión final los jurados eligieron a Julián Rey Vallenato. Juancho con
actitud gallarda, propia de su estirpe, aceptó el segundo puesto.
Julián
ha ganado durante su vida musical la mayoría de los festivales de música
vallenata que se realizan en la geografía nacional, donde ha concursado: en 51
oportunidades ha sido coronado Rey Vallenato, categoría profesional. Estos años
de conocimientos, presentaciones y triunfos lo llevaron también a
desorientarse. Su inmadurez emocional lo llevaron a consumir drogas, quizás por
el deseo erróneo de integrarse, destacarse o de ser visto de forma diferente.
Por algún tiempo ésta deplorable decisión menoscabó el esplendoroso amanecer
que le brindaba su inmensa capacidad para ejecutar el acordeón.
La nueva conducta que le originó el consumo de alcohol
como un desinhibidor y la droga como un potencializador de euforia y
resistencia física lo llevaron a extraños comportamientos que pusieron en
máximo riesgo su familia, su salud, su entorno y la voluntad, esencial para
encausar su creatividad.
Su inteligencia descollante y lucidez, a pesar de los
embates de la enfermedad, lo hicieron reflexionar, de igual manera, la
intervención oportuna de generosos periodistas, colegas y amigos que siempre
estuvieron colaborándole, lo llevaron a recapacitar: “No existe ninguna
justificación para autodestruirme, desperdiciar mi vida y el talento tan grande
que Dios Santísimo me ha brindado”.
Consciente ante tantas dificultades aceptó la realidad y
la enfrentó con un exigente tratamiento de reeducación por medio del cual logró
el horizonte de tranquilidad y la seguridad que buscaba. Sin la ayuda de su
adorada esposa y sus tres hijas que han sido su norte, todo hubiera sido en
vano.
Él, un hombre subyugado por la grandeza del amor sincero
que le prodiga afecto y cariño sin merecerlo, lo llevó a sentir la necesidad de
cambio que deseaban sus seres queridos; ese clamor interior que lo acechaba
constantemente le indicó que el tiempo de hacerlo había llegado. Con actitud
humilde y serena, bajo el imperio del amor que le había devuelto la fe y
alejado temores, a través de un proceso, se apartó del camino equivocado y
convirtió en fuente de energía para nunca retroceder los sufrimientos
padecidos.
Julián
ha continuado realizando grabaciones con varios cantantes, se mantiene firme en
su decisión, tiene siempre presente que sólo es posible avanzar cuando se mira
lejos. Actualmente acompaña al Jilguero Jorge Oñate. Su interpretación contiene
una creatividad innata, posee la capacidad y fluidez para ordenar y conducir
las improvisaciones musicales. Escucharlo es estar frente a un hombre cuyos
arreglos son productos de su inspiración. Es perfeccionista, creativo sin
igual, propio del dominio total que tiene de los pitos y bajos. Cada
interpretación la siente en su alma, es energía, arte, creación, no toca por
tocar, cuando lo hace le trasmite al acordeón órdenes rítmicamente acompañadas
que generan melodías propias de un artista consagrado. La sensibilidad que
despierta en la interpretación refleja indudablemente el asombroso conocimiento
de su instrumento.
Un año después de haber sido coronado Rey Vallenato fue
jurado al lado de Juancho Gossain, Enrique Santos Calderon y Gabriel Garcia
Marquez. Luego de culminar la labor encomendada, el Dr. Edgardo Maya Villazón y
Consuelo Araujo los invitaron a una parranda en el sótano de la tarima
Francisco el Hombre, donde Gabo contó detalles de la gran reunión de acordeoneros
que organizó en 1966 con Rafael Escalona en Aracataca. Este reencuentro lo
plasmó en una crónica que publicó ‘El Espectador’ el 19 de Junio de 1966,
titulada Valledupar, parranda del siglo.
Exaltado por el momento agradable en el cual se contaron anécdotas e historias
de la región, Gabo, con el acordeón de Julián Rojas, y Consuelo haciendo los
coros, cantó con un dejo nostálgico la hermosa canción que Escalona le compuso
a su gran amigo, el pintor Jaime Molina.
“Recuerdo que Jaime Molina
Cuando estaba borracho ponía esta condición
Que, si yo moría primero me hacía un retrato
O, si él se moría primero le sacaba un son
Ahora prefiero esta condición
Que él me hiciera el retrato y no sacarle el son.”
Cuando estaba borracho ponía esta condición
Que, si yo moría primero me hacía un retrato
O, si él se moría primero le sacaba un son
Ahora prefiero esta condición
Que él me hiciera el retrato y no sacarle el son.”
En una reciente reunión familiar en el cual se encontraban
el reconocido médico compositor Fernando Dangond Castro, tuvimos la oportunidad
de escuchar las melodiosas notas de Julián, de quien Fernando, absorto, afirmó:
“Julián es un virtuoso en la creatividad y la ejecución; un maestro con una
gran capacidad para explorar melodías y acordes que abren fronteras en la
música vallenata; puede fácilmente alternar armonías clásicas con compases
melódicos que se salen de las convenciones y normas de la música tradicional.
Conoce el instrumento y lo maneja como si fuera una extensión más de su propio
organismo. Su talento es innato. La melodía que emana de su acordeón es
refrescante y contagiosa”.
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