Por: Fabrina Acosta Contreras –
Villanueva mi@. El corazón palpita con un ritmo de alegría acelerada, de olor a
cafetal y sonoros recuerdos de un gallo cantando a lo lejos; deleito los
síntomas de volver a Villanueva, a la tierra que parió a la gente que amo des-limitadamente,
mi abuela Rita, mis padres, mi familia en general y grandes amigos.
Cuando era niña imaginaba llegar a sus
calles pedregosas para salir a manejar la bicicleta de algún primo generoso;
hoy mi alegría es otra, una más adulta pero igualmente colorida, pues llegaré a
la tierra del Cerro Pintao con una propuesta de tejido social, es decir, llevaré
de la mano de aliados y aliadas un Foro Concierto que hemos bautizado “La mujer
en el Vallenato”; es inevitable sentir una emoción que eriza todo mi ser, pues
es hermoso parir ideas y escoger como sala de parto nada más y nada menos que a
Villanueva.
En pocos días estaré con amigos y
amigas que hacen música vallenata, cantan, componen o interpretan el acordeón,
la caja, la guitarra o la guacharaca; es un lujo tener en un mismo escenario a
hombres y mujeres que aman como yo a Villanueva; el maestro Rosendo Romero,
María Silena Ovalle, Carolina Celedón, Maria Jose Ospino e Ismael Fernández,
una nómina tan importante, que me lleva a afirmar que Villanueva es un vientre
fructífero por parir a personas que tanto le aportan al tejido social. También
estarán Lucy Vidal, a la que considero el pulmón femenino con más temple del Vallenato y la
gran Eliana Gnecco quien interpreta el vallenato con el carácter aguerrido de
una dulce mujer. ¿Qué más le puedo pedir a la vida? ¿Qué mejor maleta de sueños
que ir acompañada en ese bello retorno a mi raíz de personajes como las Evas y los
Adanes musicales?
¿Cómo no estar feliz? Si estoy como en
el intro (en vivo) de un vallenato en guitarra que solo propicia deleite
infinito; volver a ti Villanueva es la dicha más grande que experimento, porque
me reencuentro con el valor de lo criollo, de las arepas de maíz, de las
historias de las abuelas, del olor a tierra mojada y de ese sublime sentir de
volver a mi genuino útero.
Solo puedo afirmar que yo le
pertenezco a la historia de una tierra firme e imponente como la ceiba que
adorna una de sus vías principales en el Barrio Las Delicias. Esto es vida,
anhelar escuchar al maestro Rosendo Romero cantar “noche sin lucero” o sonreír
con una buena nota de acordeón de María Silena y envolverme en la dulzura de la
sonrisa inocente de mi abuela de 105 años, entre otras miles de sensaciones que
me dejarían escribiendo por días sin perder la inspiración.
Volver a Villanueva es reverdecer el
alma, nutrir las fuerzas y reinventarme desde la belleza del amor real y sin trajín,
del amor propio de un alma guajira que se entrega en pleno. Confieso
públicamente que volver a Villanueva despierta en mí ser un universo infinito
de alegría.
Es celestial cuando vuelvo al inicio
de mi historia existencial, todo en un mismo paisaje, recuerdos, familia,
amigos, música, amores; te amo Villanueva y soy de ti con el mayor de los
gustos y sabiéndome la más privilegiada por ello.
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